Antilibertad histórica

Cecilia Valverde-Barrenechea * Resumen

Las grandes conquistas históricas a favor de los derechos humanos han significado, y siguen significando, la necesidad de investigar las causas del porqué esa lucha ha sido tan difícil y cuáles son sus principales obstáculos.

Y, como los derechos humanos se refieren a determinar y garantizar las condiciones básicas de vida en sociedad que las personas necesitan para no ser víctimas de injusticias, crueldades y demás barbaridades, es importante, y hasta necesario, hacer un repaso histórico sobre las épocas, acontecimientos y organizaciones con poder autoritario sobre las poblaciones; un señalamiento que permita, por lo menos, pensar en las causas mayores y más generalizadas de las formas de vida obligadas que más han conculcado los derechos humanos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Cofundadora de la Fundación ‘Universidad Autónoma de Centro América’; Premio ANFE a la libertad; autora de innumerables artículos de prensa sobre temas diversos acentuados en libertad y economía.

 

Desde luego que un exhaustivo análisis del tema requiere una enorme labor por parte de historiadores que sitúen los hechos. Asimismo de científicos, quizás con preferencia psicólogos, que los analicen con miras a obtener, por lo menos someramente, las causas profundas y también las superficiales del pensamiento y comportamiento brutal que conduce a la injusticia, la crueldad y la barbaridad en forma masiva.

Pensando en esta tragedia humana creo que, aparte de todos los pormenores y pormayores del tema, es posible señalar tres hechos, los más destacados y generalizados sin requerir ser historiadora. Esto porque han sido demasiado evidentes, demasiado intensos, demasiado trágicos, demasiado inhumanos.

Me refiero a la esclavitud, considerada normal y legal, desde siempre hasta el primer tercio del siglo XIX y hoy ilegal en la mayor parte de las naciones, aunque hay que agregar que más o menos, porque sabemos que en la práctica la esclavitud no ha desaparecido completamente.

También me refiero a la guerra que parece incrustada en la mente de la mayoría de los gobernantes que en la tierra que han sido, de los que son y probablemente de los que serán. Con el agravante de que la mayor parte de los hechos históricos considerados gloriosos se relacionan con grandes batallas y victoriosas guerras, sin importar los dolores, los sufrimientos, las discapacidades y las muertes de miles y a veces millones de personas.

La tercera causa, afortunadamente, ya no es, solo fue, aunque duró siete siglos. Se trata de la barbaridad que significó la Inquisición, aquella especie de esclavitud mental y emocional, afortunadamente desaparecida.

Palabras clave: Esclavitud - Guerra – Inquisición - Barbaridad – Tragedia -Dolor

 

 

Introducción

 

    El liberalismo es el origen del progreso de occidente, frase del filósofo

Constantino Láscaris, a quien siempre recuerdo cuando se trata de pensar o exponer sobre lo que significa Libertad. Simplemente porque considero que es una formidable y sencilla síntesis histórica, basada en una realidad innegable, sin lucubraciones.

Ahora la tomo como inspiración que me permite considerar lógico el inicio de un escrito sobre el tema, no desde el punto de vista positivo, del progreso y la civilización de Occidente, sino desde el lado opuesto: el de la historia anterior a los finales del siglo XVIII, que es la historia de la ausencia de libertad. Ausencia obstaculizadora de la civilización y del progreso. Me refiero a las más graves ausencias: las más o menos permanentes a través de los siglos.

Es lo que pretendo señalar, basándome en cierta seguridad personal que he ido concretando a través de muchos años de pensar y sentir -por partes iguales- lo que el principalísimo valor de la libertad significa -ha significado- positivamente para la humanidad en general y para cada ser humano en lo personal. Como complemento, lo que negativamente implica su ausencia. Es lo que trataré de concretar sobre la base de un punto de partida que, por supuesto, no pretendo que abarque todas las situaciones.

Tres máximas situaciones de antilibertad

Considero que pueden determinarse tres mayores muestras de antilibertad y de antiprogreso a través de toda la historia humana: la esclavitud, la guerra y la inquisición. Tres trágicas situaciones que han sido -y en parte siguen siéndolo- impedimentos para el progreso de la humanidad y fuente de inhumanidad y dolor para las personas como individuos.

Tres muestras de barbarie con la consabida consecuencia de ser ellas los tres más grandes y principales obstáculos a la cultura, al progreso y a la civilización.

 

Sí, porque la cultura, el progreso y la civilización no se dan en forma espontánea. Son conquistas en todo el sentido que esta palabra tiene; lo que significa que solo aparecen, que solo son verdaderas como resultado de una lucha cruenta y difícil que termina en conquista. Pienso que la lucha es requisito para que la Libertad sea real. La Libertad, como un valor indivisible, aunque sea necesario, desde un punto de vista práctico, dividirla en capítulos como libertad de expresión, de creación, de reunión, de prensa y todo lo demás; en fin, de manifestación abierta hacia todo. Y, en primer lugar, con libertad para enfrentarse al poder de quienes gobiernan. En especial y por sobre todo, cuando el poder constituido llega hasta los grados extremos de: 1 ) someter a esclavitud, lo que significa convertir a las personas en animales al servicio de un amo, quien además lo exige en las formas más crueles, 2) obligar a todos los mayores de edad -y a veces hasta a menores- a la máxima violencia, matando y muriendo, no importa lo que signifique la vida de cada soldado, quien deja de ser persona en el momento mismo en que es forzado a matar y a morir, en aras de cualquier cosa, a veces del capricho personal de un todopoderoso gobernante, 3) impedir el acceso a la cultura mediante un sinfín de prohibiciones como método para que nadie pueda pensar, escoger, opinar, determinar, dudar, decidir.

No ha sido fácil la faena por la libertad, consistente, en eliminar, o por lo menos disminuir tanto como vaya siendo posible, la existencia de esas tres lacras que dominaron totalmente la historia hasta finales del siglo XVIII, cuando ese Siglo de las luces comenzó a abrirle a la humanidad un desconocido panorama de Libertad. No importa que fuera una faena tan difícil como inusitada; tan ideal como llena de asperezas en su camino; tan importante y urgente como aparentemente ilusa.

Su recorrido fue por etapas, no siempre continuadas y a veces con pasos retroactivos y hasta necesitó una cruel revolución que quizás pudo haber sido evitada, pero esto no puede saberse; ni siquiera imaginarse. Lo cierto es que dio lugar a la primera declaración formal de los Derechos Humanos, básica para idear el cambio trascendental que significaba entonces, y sigue

significando, el garantizar derechos a todos los seres humanos y

 

frenar, más bien cortar a los dueños del poder las posibilidades -que habían funcionado como sus derechos- de cometer toda clase de abusos contra las personas: desde tenerlas como propiedad suya en calidad de esclavos, hasta prohibirles leer, pensar, escoger, opinar, pasando por el caso -todavía plenamente presente- de convertirlas en soldados, con todas las circunstancias de esclavitud plena cuando están en acción.

Y no fue lo único. Ahí, en aquel final del siglo XVIII, se originó también, como consecuencia lógica, el sistema republicano de gobierno tal como lo conocemos hoy, partiendo de lo que entonces parecía inusitado: el autocontrol del gobierno mediante el sistema de pesos y contrapesos; esto es, la ahora clásica división de poderes, todo ello iniciado y fortalecido con la participación de los ciudadanos como electores del gobierno. Y a la par, como complemento, la determinación clara de lo que significa e implica la ley.

Desde luego, hubo mucho más: se eliminaron los privilegios de los que gozaban pocos y determinados grupos de la población. Por ejemplo los gremios artesanales con sus monopolios de producción, aprendizaje y trabajo. Por ejemplo, la Iglesia con su poder aparejado al religioso, del que había disfrutado desde siempre, lo que le permitía establecer sus propios impuestos y derechos muy especiales sobre la propiedad.

La esclavitud

Ha sido la peor de las lacras históricas. La más profunda y extendida antilibertad a través de toda la historia de la humanidad. La posibilidad legal siempre fue legal hasta bien entrado el siglo XXI de que unas personas pudieran comprar y vender a otras personas y tratarlas como animales de carga, si ese era su deseo, fue algo que hoy parece increíble preguntándonos, por ejemplo, porqué los filósofos griegos, con su ínclita obra cultural, de profundo pensamiento, aceptaron la esclavitud como algo normal. Y pasaron cinco siglos más y todo seguía igual ¿el hombre lobo para el hombre? Hasta que se oyó la gran sentencia,

 

religiosa si se quiere, pero indudablemente histórica, lanzada por Jesús de Nazaret: Todos los seres humanos son iguales porque todos son hermanos en cuanto todos son hijos de Dios. Esto, el primer grito contra la esclavitud, pasó a formar parte de un mensaje humano unido a una doctrina religiosa que le dio nombre a una civilización. La civilización que integramos fundamentalmente los americanos y los europeos. La civilización cristiana o, si preferimos no incluir lo religioso, la civilización occidental, la que ha originado la civilización del progreso, inspirada en la Libertad como concepto y como ideal; como sentimiento, como ambición; como fuente de todo lo bueno que ha logrado la humanidad en poco más de dos siglos. Así es, no solo por su grito contra la esclavitud, sino por su fundamento en pro de la responsabilidad, compañera que debe ser inseparable de la Libertad porque gozar de Libertad implica, necesariamente, ser responsable y, al revés, nadie puede ser responsable si no goza de Libertad. Me refiero a la libertad de conciencia, llamada libre albedrío y que define la responsabilidad personal sobre la base de que todas las personas son libres para escoger entre el bien y el mal. Un principio especialmente importante porque si no contáramos con el libre albedrío no podríamos ser responsables de nuestra conducta y, por consiguiente, no seríamos auténticamente libres.

Sin embargo, y a pesar de los principios, la esclavitud estuvo siempre incrustada en la gente y en la historia, parece que demostrando, así, que el instinto de poder sobre otras personas, hasta llegar a su posesión como si fueran objetos, resultó siempre ser mucho más fuerte que la compasión y la solidaridad. Y la sentencia de Jesús, admitida teóricamente, hubo de esperar diecinueve siglos para comenzar a tener existencia práctica, y no porque de pronto apareciera, sino porque fue auténtica conquista como corolario de una gran lucha fraticida. El tráfico de esclavos obtenidos en África mediante cacerías similares a como se cazan los animales, siguió su curso habitual y duró hasta finales del siglo XIX cuando, mediante una guerra civil en Estados Unidos de América, Abraham Lincoln logró la abolición legal de la esclavitud. Qué jornada más aberrante y contradictoria fue que el país de la Libertad, el que se había fundado libremente con base

 

en los principios de la Ilustración, con emigrantes que habían llegado buscando Libertad para fundar una nación de verdadera Libertad, cayeran en aquella barbarie tan opuesta a sus ideales y sus propósitos. Para mí, ese episodio negro ha sido siempre imposible de alguna explicación aceptable. Me pregunto lo que esa nación hubiera alcanzado de más en cultura, civilización y progreso, si no hubiera caído en la trampa ¿trampa? de la esclavitud y el maravilloso experimento que hubiera alcanzado y enseñado.

Pareciera que la naturaleza humana no podía hacer excepciones y que aun los colonos libres, huyendo de la antilibertad y esperando fundar una nación de Libertad, podían quedar exentos de la lacra mostrada hasta entonces por toda la humanidad. Ni siquiera los sacerdotes católicos fueron la excepción que podía deducirse del mensaje de Jesús, como lo muestra la historia de la conquista de América. Aquí no solo los conquistadores, sino buena parte de los clérigos que los acompañaban, convirtieron a los indios en esclavos, igual a como actuaban o llegaron a actuar contra los esclavos negros. Aunque es justo destacar las excepciones y la lucha que libraron contra la esclavitud, por lo menos el Padre de las Casas y sobre todo Don Florencio del Castillo, que llegó a ser diputado de las Cortes de Cádiz, e inclusive su Presidente, y desde allá luchó a favor de la abolición del trato esclavo a las bárbaras mitas como se le llamaba a la esclavitud de los aborígenes.

Al fin, la abolición legal de la esclavitud se logró. Pero esto, pese a significar una gran victoria, no fue, y ni siquiera puede afirmarse que hoy lo es, algo plenamente obtenido. Aunque la esclavitud legalizada no existe y está internacionalmente prohibida, se sabe que la esclavitud de hecho, al margen de las leyes, no está totalmente erradicada. Solo la extensión de la cultura y la educación apropiada y generalizada podría lograr -tal vez- que desapareciera completamente. Difícil, porque pareciera estar demostrado que el ansia de poder hasta poseer, es instintiva. Sin embargo, la situación de hoy es tan radicalmente distinta a la que prevaleció desde el inicio de la historia hasta fines de siglo XIX, que debemos sentir enorme satisfacción por esta victoria a favor de la Libertad.

 

La guerra

Esta lacra es tan histórica, tan extendida en el tiempo y la distancia y tan inculcada en mentes, corazones e hígados, como la esclavitud. Es la más difícil de extirpar, tanto que de ella no parecen salir buenas señales para lograrlo. Probablemente ni para iniciar un planteamiento en ese sentido. ¿Por qué? En parte porque en general se le ha querido dar siempre un carácter de defensa. La guerra -se dice- es para defenderse del enemigo. Cuando hay guerra es que hay enemigo y si hay enemigo es obligación hacerle frente. Además, el enemigo nunca es personal. Es enemigo de una nación, lo que obliga emocionalmente a considerar que la defensa de la nación ocupa un altísimo valor superpuesto a todos. Requiere el sacrificio en aras de la Patria, y esta pasa a tener categoría de diosa, terrenal, pero diosa al fin, y cada ciudadano es hijo de la diosa-patria. ¿Los motivos que lanzan a la guerra? Generalmente muy concretos y materiales. Un pedazo de tierra que le quieren quitar a la Patria, no importa que la Patria hace poco haya hecho exactamente lo mismo con la nación vecina. Y sus hijos, los hijos de la Patria, van hoy a la guerra para defender su pedazo de suelo, pero igual fueron ayer a otra guerra para arrebatar un pedazo a otro. O simplemente una nación invade a otra para usufructuar sus riquezas naturales o creadas, no su tierra, o pretextando principios morales o políticos que quiere inculcar al invadido, que automáticamente se convierte en el enemigo. O dizque para evitar la realización de un mal futuro que pareciera que aquellos están planeando contra nosotros.

Lo importante desde el punto de vista del tema, que es la Libertad de las personas, no son los motivos para invadir, destruir y matar. Lo importante son las personas enviadas a hacer la guerra. Tropas convertidas en soldados, lo que equivale a convertidas en esclavos. Los obligan a enrolarse después de la mayoría de edad. Los someten a entrenamientos salvajes y a disciplina de esclavos. Jamás los dejan opinar y deben actuar silenciosamente sin permitirles preguntar y con prohibición total de protestar. Los soldados son equivalentes a esclavos cuando están en actividad. Lo que piensan no vale nada: ni siquiera pueden expresarlo y lo que sienten importa un comino a quienes los mandan a la guerra. Ellos son enviados a la fuerza para matar, morir, o a ambas cosas cuando tienen primero que matar.

La guerra es una de las formas de violencia más comunes a través de toda la historia de la humanidad. La mayor parte de los héroes nacionales son soldados, generalmente con otros nombres rimbombantes. Son hombres de acción guerrera; de acción violenta, ejercida su violencia obligadamente por otros que, por lo general, lo que persiguen es mayor riqueza directa o indirecta, mayor poder y, desde luego, mayor gloria; porque lo estipulado como glorioso por lo general se encuentra entre las acciones de guerra. No recuerdo haber oído nunca llamar glorioso un descubrimiento científico o algún triunfo literario, artístico o cultural de cualquier otro tipo.

La guerra, destructora sin igual de vidas, de riqueza, de historia y de naturaleza, ha estado siempre rodeada de una aureola de grandeza porque siempre transcurre alrededor de la consecución de ideales patrios o de la actitud del tipo de valentía que ha resultado ser de las más admiradas a lo largo de la historia. Se trata de la fuerza que se impone para vencer o morir. Me pregunto si la alternativa de vencer o morir es en verdad una admirable alternativa, porque requiere saber, en cada caso, qué quiere decir vencer para saber si solo se trata de fuerza bruta o de algo más venerable que pueda haber en las acciones vencedoras de los guerreros.

En todo caso, la historia de la humanidad, por lo menos la historia oficial, ha sido, fundamentalmente, una interminable lista de batallas y guerras, de invasiones y de arrebatos sangrientos. Los hombres enfrentados unos a otros ejercitando la violencia tanto como pueden. Y algo muy importante, especialmente importante, para la causa de la Libertad: los hombres que se enfrentan hasta vencer o morir no lo hacen por su propia convicción: la mayoría solo sabe lo que le ordenan hacer y casi nunca por qué ha de hacerlo. Y actualmente hay que destacar algo mil veces peor de lo que fueron antes los campos de batalla. Ahora los ataques no son entre los ejércitos enemigos sino que se ejecutan desde las nubes en forma de bombas poderosas sobre los centros de población y la mayoría de las víctimas no son los soldados, que por lo general conocen de antemano a lo que van, sino la población civil, no solo hombres guerreros, sino ancianos, mujeres y niños. Y si lo logran en gran escala, a esto se le llama acción gloriosa.

 

El salvajismo es peor ahora que el de los bárbaros del Norte destruyendo el Imperio Romano. No porque los guerreros actuales sean más crueles, claro que no, probablemente son mucho más humanos, sino porque sus obligados instrumentos son muchísimo más eficaces para matar, en cantidad, calidad y extensión. Y tienen en su favor el autoengaño de que en general no ven con sus propios ojos los efectos de sus gloriosas acciones.

Solo hay algo que parece haber disminuido: el número de guerras. La historia de siglos pasados era de constantes e interminables guerras. Pocas naciones vivían en paz por períodos relativamente largos. Ahora no es así. Aunque ahora probablemente mueren o se invalidan más personas que en los viejos tiempos, la gran mayoría de las naciones viven en paz. Esto con la excepción del continente africano, en estado constante de guerras entre sus naciones y guerras civiles. Guerras netamente africanas, lo que permite preguntarnos hasta dónde la cacería de esclavos, que duró siglos y que terminó hace solamente poco más de un siglo, y las invasiones simultáneas y posteriores para adueñarse de territorios y riquezas naturales, influyeron y siguen influyendo en la inestabilidad de hoy, unida a la miseria, no solo material sino moral, que toda esta trágica historia contribuyó a crear y hasta ahora a permanecer.

Es difícil sacar conclusiones. No tengo la menor duda de que la guerra y la esclavitud son hermanas gemelas, no solo en su gran instrumento, que es la violencia, sino en su gran repercusión negativa de la Libertad. Y en el caso de la guerra, con dos agravantes por lo menos. Uno es el hecho de los desastres que ocasiona, no solo a las naciones que hacen la guerra, sino a todo el mundo, hoy en plena apertura. Una apertura que fundamentalmente es para el bien de todas, aunque no hay que olvidar que también los males de unas se extienden, debido a la exportación espontánea de todos los sucesos. El otro agravante, seguramente más nefasto, es el conjunto de juicios de valor tradicionales con los cuales se mira la guerra y se la enjuicia: la gloria, el triunfo, la victoria, la fortaleza, la valentía, la heroicidad.

Afortunadamente, la realidad de hoy conduce a un menor pesimismo en relación con los significados de la guerra. Por lo menos ha habido un cambio significativo en cuanto a que ahora

se la enjuicia con mayor apertura mental y menos prejuicios. Pareciera haber desaparecido, o por lo menos disminuido, el miedo a la palabra cobardía y, por lo consiguiente, a enfrentarse a la fácil conversión de ciudadano con derechos a soldado-esclavo.

La inquisición

Esta espantosa y vergonzosa tragedia histórica contra la Libertad estuvo vigente desde los finales del siglo XII hasta 1834 -siglo XIX- con solo un intervalo -en España- entre 1808 y 1814, período de seis años en los que fue suprimida por Napoleón. Luego la restableció Fernando VII cuando, al regresar a España, abolió la legislación liberal aprobada por las Cortes de Cádiz el 19 de marzo de 1812.

En verdad, la Inquisición fue algo más que espantosa y vergonzosa. Fue una enorme contradicción en sí misma. La crueldad en todas sus formas, la quema de personas vivas en la hoguera, los potros de tortura y la prohibición de pensar, dudar, preguntar, criticar, exponer y por supuesto leer y utilizar la capacidad de razonar, implantadas en nombre del cristianismo, porque con nada, absolutamente con nada de eso, tenía la menor relación el mensaje de amor, paz, comprensión, perdón y Libertad -sí, sobre todo Libertad- de Jesús de Nazaret, más aun: la

Inquisición fue la antítesis del cristianismo.

Todo aquello comenzó alrededor de una palabra clave: herejía. ¿Y qué es herejía? Contradecir la verdad establecida. ¿Establecida por quién? Por las autoridades. En este caso, las eclesiásticas que a la par gozaban, aunque fuera indirectamente, de autoridad política. Ellas interpretaban y ordenaban a todos la aceptación absoluta de sus verdades bajo amenaza de tortura y muerte. Y no se trataba solo de principios religiosos, porque el barbarismo llegó a extremos que rebasan todo límite. Uno de los grandes pintores españoles, El Greco, estuvo a punto de ir a la hoguera acusado de hereje por haber pintado un manto verde a la

Virgen María, en lugar del celeste instituido por la … autoridad.

 

En verdad, la Inquisición no solo fue una de las máximas barbaridades históricas contra la Libertad, sino un caso especial en cuanto a su esencia. Lo explico así: la esclavitud y la guerra tienen origen en el poder como instinto que se desata, aunque en ambos casos actúa dentro de un límite: lo que las personas son naturalmente, también con tendencias a complementar la acción de los poderosos porque suponen que de alguna manera les beneficia. Eso ocurre ante el poder político y ante el poder económico, las dos mayores fuentes de poder. Pero la Inquisición operó no solo con poder terrenal, sino que se auto-adjudicó un poder divino avalado por el poder político que, convencido o no de ese ámbito agregado al suyo, lo amparaba y lo secundaba.

No parece haber habido en la historia una época más larga de terror continuado. Desde ese punto de vista, resultan pasajeros los diez años de Hitler y los noventa de la Unión Soviética, comparados con los siete siglos de la Inquisición. Es casi imposible tratar de explicárnoslo. Por lo menos de encontrar respuestas a preguntas como estas:

¿Creían seriamente los inquisidores que en verdad ellos eran, en forma absoluta y total, poseedores de la verdad, no solo la de misterios religiosos sino la de reglas de conducta, que ni siquiera eran solo las básicas relacionadas con principios morales, sino las de la vida cotidiana en sus detalles más insignificantes? ¿Creían que no solo poseían toda la verdad sino que estaban investidos de autoridad sin límite para castigar cruelmente a quienes no se ajustaran a esas reglas que, además -y vaya el además- correspondían a una sabiduría de la que ellos tenían el monopolio?

¿Fue la Inquisición una auténtica muestra de locura gremial que se transmitió de generación en generación eclesiásticas a través de siete siglos? ¿Cómo explicarnos que el poder político, en teoría rival de ese poder eclesiástico, lo aceptara más o menos mansamente? Me gustaría leer, si existiera, un buen análisis psicológico y ojalá psiquiátrico, de ese singular fenómeno que no responde a ninguna explicación más o menos razonable y que tanto daño le hizo a la humanidad y a la Libertad.

 

Podría asegurarse que es un daño que sigue operando si pensamos en lo que esos siglos de oscurantismo cultural repercutieron en el progreso y la civilización del mundo. Esto incluyendo a América, desconocida durante los tres primeros siglos de antilibertad inquisidora, y luego víctima agregada, con preparación para seguir ampliando la acción victimaria.

Además, todo lo que gira alrededor de esta época también ha sido envuelto en misticismo romántico o romanticismo místico. Una época en la cual no solo estaban los inquisidores que mandaban a la hoguera a quienes ellos decidían, sino los conventos enclavados en emocionantes montañas, dedicados a la meditación y apreciación estética, tanto como a la autoflagelación.

Cierto es, también, que esas especiales construcciones, motivo constante de reportajes y publicaciones actuales, hoy son admiradas por su gran valor arquitectónico y por los sentimientos religiosos y estéticos que provocan. Yo, que estoy pensando seriamente en lo que estoy diciendo aquí, también formo parte de quienes se emocionan. Pero a la vez trato de levantar un muro entre ese pasado absurdamente cruel y el presente, esencialmente opuesto a la barbarie que operó durante tantos siglos, cuando todo aquello fue causa primordial de anticivilización y de antiprogreso por el hecho, enormemente concreto, de haber sido una de las mayores muestras históricas de antilibertad.

Sin embargo, lo que este tema implica todavía no es ampliamente aceptado como negativo. Entre intelectuales y catedráticos, todavía hay quienes defienden aquellas acciones, alegando el argumento de que el poder eclesiástico de aquellos siglos logró salvar, guardándola en sus bibliotecas, la documentación correspondiente a la cultura antigua. Esto puede sonar bien porque fue una buena acción cultural. Pero en verdad, lo que cabe es preguntar ¿salvarla de qué o de quiénes? Porque lo que realmente sucedió fue que la guardaron secretamente, escondiéndola, impidiendo su conocimiento y lectura. Y fue por eso ignorada hasta el Renacimiento, con algunas excepciones como el conocimiento de, por ejemplo, la obra de Aristóteles,

que llegó anticipada a España, pero no por los eclesiásticos que

la encerraban en sus bibliotecas, sino mediante los filósofos árabes. Esta salvación cultural que se pretende destacar como defensa puede admirarse desde un punto de vista: sí, la acción de aquellos monjes, pero en relación solamente con lo que podrían haber hecho ellos mismos si todo aquello lo hubieran destruido. En otras palabras, se nos pide que admiremos el hecho de que no llegaran a quemarlo.

La libertad frente al poder o el poder frente a la libertad

Parece no haber duda alguna de que el enemigo número uno de la libertad es el poder en todas sus formas abusivas. Número uno porque hay otro enemigo latente, al que me referiré luego y que tiene todas las características de ser igualmente poderoso aunque muy difícil de diagnosticar.

El poder tiene tres caras principales: la política, la económica y la eclesiástica que no es lo mismo que religiosa, porque le esencia de la religión cristiana nada tiene que ver con el poder puramente terrenal, diferente según las épocas. En tiempos pasados esos tres poderes tuvieron más o menos igual y grande potencia. Hoy, el poder eclesiástico es muchísimo menos poderoso, gracias a las acciones, más o menos paulatinas pero insistentes, sobre la necesidad de deshacer su vieja unión con el poder político y con el poder económico, cuyo uso y abuso tanto perjudicó por los tres lados. También hoy el poder político ha perdido sustancialmente el ilimitado poder que tuvo, aunque no principalmente en cuanto se refiere a su unión con el poder eclesiástico porque el refuerzo no operaba con iguales resultados mutuos. En verdad, la disminución del poder político se debió al debilitamiento, claramente especificado así, en las conquistas para la Libertad que salieron de la Ilustración Francesa. En este caso concreto, no se trataba de desunir diferentes poderes sino de implantarle al poder político un sistema de autocontrol, consistente en la división y control automático de sus propios poderes internos. Con ello nació el sistema republicano de gobierno y la democracia como medio para lograrlo, supervisado por los ciudadanos, en los cuales reside la soberanía.

 

 

Es importante y necesario recordar que esas dos disminuciones no ocurrieron espontáneamente ni por caminos fáciles. Disminuir el poder constituido ha sido siempre una verdadera hazaña, emprendida y sostenida por los amantes de la Libertad. Esto es, por los liberales, se hayan llamado así o no.

Pero queda muy pendiente la acción del poder económico en lo que se refiere a lo poderoso que puede ser y que se manifiesta más allá, y a veces mucho más allá, de su acción puramente económica. Es imposible negar que el poder económico continúa, aumenta y se fortalece. Nunca ha sido un poder oficialmente constituido, aunque suele actuar contra la Libertad y hoy es el que más la interfiere porque tiene muchas ventanas de acción. Sin embargo, no es fácil medir esa acción. Principalmente porque el poder económico es tanto más difuso cuanto más opera. También son difusas sus consecuencias contra la Libertad, aunque se manifiestan generalmente en actos oficiales. Actos que suelen aparecer muy disfrazados, aunque se trate de ventajas exclusivas y garantías muy específicas que actúan contra el principio de igualdad ante la ley y, por consiguiente, contra la libertad general de acción económica, porque todo se rodea de sigilo y aparece disfrazado.

Se trata del preocupante y famoso proteccionismo económico para grupos muy específicos y exclusivos de la población; en algunos casos de productores y en otros de sindicatos de trabajadores. Con un agravante que puede definirse así: aunque tal proteccionismo perjudica directamente a toda la población en su calidad de consumidores, sucede que la población suele estar de acuerdo con él, lo que implica otro tipo de atentado contra la Libertad, con un agregado muy serio: que esto ha pasado y sigue pasando poco menos que inadvertido y que tiene una explicación de tipo psicológico. Se llama nacionalismo, una de las causas que protegen el poder económico, aunque liberalmente sea muy contradictorio.

El poder económico siempre ha actuado por caminos más o menos oscuros y más o menos de vaga definición. A veces al

margen de todo y a veces muy descaradamente. Inclusive ha

llegado a obtener el visto bueno oficial y no siempre como presión de su parte, sino como iniciativa de los propios gobernantes, cuando estos deciden comprar apoyo político del capital, aunque los procedimientos varían.

A veces se trata de demagogia, no importa que esta no sea consciente o sea producto del desconocimiento sobre las leyes naturales de la economía y como consecuencia de cierta sensiblería generalizada que los gobernantes, y en general la población, confunden con lo que pudieran ser auténticos medios de ayuda gubernamental, posibles sin necesidad de atentar contra la Libertad. En estos casos, los atentados contra la Libertad se manifiestan a través de atentados contra el principio de igualdad ante la ley, uno de los fundamentos de la Libertad de las personas en sociedad.

Repito que se trata específicamente de la mencionada política proteccionista, exageradamente popular, en la mayoría de las naciones. Sobre todo la que consiste en proteger a determinados productores -y no siempre a los pequeños sino por lo general a los más grandes- con el argumento de que hay que proteger lo nacional. Y la protección consiste en conceder privilegios muy especiales a esos productores mediante el establecimiento de impuestos específicos a la importación de los mismos bienes que ellos producen. Se trata de los llamados aranceles que, automáticamente, aumentan los precios para los consumidores. Y lo más curioso, repito, lo que parece casi imposible de entender, es el acuerdo popular para este procedimiento. Todo en aras de lo nacional, de las cosas y no de los nacionales, que son las personas, verdaderamente sacrificadas. Es así como hasta ahora las poblaciones han sido sometidas a pagar más altos precios, por lo general, de productos esenciales, con base en el mencionado nacionalismo, que parece responder más a un romanticismo montado sobre la ignorancia, que quizás sea exactamente la culpable. O tal vez se trata de una apreciación de la seguridad, basada en el cierto temor a confiar en lo que está más allá de lo que les rodea, lo cual es de suponer que también es ignorancia. Tal vez porque creen que lo mejor es que todo ocurra en casa, para saber

a ciencia cierta lo que sucede día a día, no importa que el precio

 

que deban pagar sea el más alto. En otras palabras, balancean la preferencia entre seguridad y libertad y prefieren la seguridad. Parece haber una fuerza natural en su favor y, por consiguiente, también una resistencia natural a la Libertad, que solo es vista como garantía de la seguridad que prefieren. En el fondo se trata de eludir la responsabilidad que siempre ha de aparejar a la libertad en forma de binomio indivisible, aunque ese binomio no suele prevalecer y ni siquiera comprenderse.

El fenómeno ha sido muy estudiado y analizado psicológicamente como miedo a la libertad, cuando lo fundamental parece ser el miedo a la responsabilidad. Por lo consiguiente, esto abre las puertas a la necesidad de protección en todos los aspectos de la vida, lo que tiende a concretar el gran problema que permanentemente se le presenta a la libertad.

Esto quiere decir que en realidad el gran problema que presenta el poder económico tiene tres puertas que se lo abren: 1) los que piden proteccionismo, que son tanto productores como consumidores; 2) la que abren los gobernantes que lo otorgan, y hasta por iniciativa propia, para obtener simpatía y apoyo, y 3) la que abre la generalidad de la población al estar de acuerdo con todo proteccionismo y hasta pedirlo a gritos, sin importar las consecuencias en su contra y a veces hasta ignorándolas, que no son los más altos precios sino también las menores calidades de los productos. Esto porque, a pesar de la importancia que tienen esos factores, consideran más importantes aún la seguridad y el alivio de la responsabilidad. Por lo consiguiente, esto podría ser, probablemente, la mayor causa actual contra la libertad en su aspecto económico.

La unión del poder político con el poder económico no es una unión oficial que puede deshacerse oficialmente, como en el pasado se deshizo la unión del poder eclesiástico con el poder político. Así es debido a la simple razón de que está en medio, no exactamente un poder, aunque lo llamemos así. En su lugar, está el ansia muy generalizada que une el común deseo colectivo de protección con el temor a la responsabilidad que apareja la

Libertad.

Lo que implica el poder económico como enemigo de la libertad parece ser hoy la causa más profunda y difícil de vencer en la lucha por la Libertad, con el agravante de que no parece haber diferencias entre unas naciones y otras e inclusive entre las culturas.

Es entendible, entonces, que no se puede pensar en la libertad como un valor que puede ser comprendido fácilmente y menos inculcarlo, a no ser que esta acción se haga mediante la educación desde la infancia, y no es eso, precisamente, lo que prevalece hoy. El problema es muy difícil si partimos de que se trata de una situación psicológica ancestral originada, tal vez, en deficiencias educativas, pero en verdad no lo sabemos con exactitud. Podría ser que el miedo a la responsabilidad se deba a una causa congénita, o por lo menos muy potente.

Pareciera que algunos de los aspectos problemáticos responden a esa complicada y no muy conocida situación. Por ejemplo, los que corresponden a la urgencia de seguridad relacionada con necesidades elementales, como la alimentación, la vivienda y tal vez los servicios de salud. Es más, también parece que el famoso sentimiento nacionalista en el fondo no sea amor a la patria sino odio al extranjero y ansia de seguridad muy cercana, inmediata y visible.

Por eso la libertad no puede ser tratada como solo un valor que requiere ser comprendido y aceptado racionalmente, sino como una conquista auténtica, difícil y gloriosa. Una faena que, pareciera, siempre estará a cargo de minorías con miras a que ellas vayan creciendo poco a poco.

¿Y cómo lograr tal crecimiento para tal conquista? Por ahora es el gran reto que se presenta... Considero que la educación debería ocupar el primer lugar en ese tan difícil como necesario camino.