Consideraciones básicas sobre la agricultura sostenible*
Jaime E. García-G.**
Resumen: Importancia del origen y la necesidad de la
práctica de una agricultura sostenible. Se presenta la historia de la
agricultura para poder ubicar el marco de referencia dentro del cual se ha
venido desarrollando la agricultura sostenible hasta la actualidad. Descripción
de los distintos conceptos utilizados en relación a la temática y las
principales condiciones que deben presentarse para obtener su logro.
Palabras clave: AGRICULTURA DE SUBSISTENCIA SEGURIDAD ALIMENTARIA
- POLITICAS ALIMENTARIAS DESARROLLO SOSTENIBLE - PRACTICAS AGRICOLAS – HISTORIA
* Dedicado a Nancy Hidalgo Dittel, por sus esfuerzos tesoneros en la
enseñanza y puesta en práctica de la agricultura sostenible, que tanto sus
colegas como estudiantes universitarios y agricultores con los que ha
compartido, siempre le han reconocido.
** Dr.sc.agr. Catedrático del Centro de Educación Ambiental (CEA) de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y de la Escuela de Biología de la Universidad de Costa Rica (UCR). Autor de alrededor de un centenar de artículos así como de varios libros sobre las temáticas de plaguicidas, agricultura orgánica, cultivos transgénicos y problemas ambientales. Tel. 2527-2645, 2224-6849. biodiversidadcr@gmail.com.
Abstract: Importance of the origin and the need to practice sustainable agriculture. It presents the history and the development of sustainable agriculture up to date. Description of the various terms used in relation to the subject and the main conditions to be provided for their achievement.
Key Words: SUBSISTENCE FARMING - FOOD SECURITY - AGRICULTURAL PRACTICES - HISTORY
Recibido: 7 de
marzo del 2013
Aprobado: 26 de abril del 2013
Hoy más que
nunca se comenta sobre la necesidad y urgencia de la práctica de una
agricultura sostenible. ¿Por qué? ¿Por una moda? Indudablemente no. El tema se
trata más bien por una necesidad creciente que intenta dar soluciones a las
crisis socioeconómicas, ambientales y culturales generalizadas provocadas por
la promoción de las prácticas de la agricultura industrial, auspiciadas y
puestas en práctica por los entes involucrados con la producción y la expansión
de la denominada Revolución Verde desde mediados del siglo pasado.
El objetivo de
este trabajo es presentar y discutir sobre algunas consideraciones básicas
relacionadas con la temática de la agricultura sostenible, entre ellas la
importancia de conocer el marco de referencia dentro del cual se encuentran las
actividades agropecuarias por medio del conocimiento de su historia, el origen
y algunos de los diferentes conceptos del término agricultura sostenible, las
condiciones ecológicas básicas que deben considerarse en la implementación de
este tipo de agricultura, la importancia de lograr una paz con la naturaleza
-donde, entre otros aspectos, deben considerarse aspectos de lenguaje-, y la
necesidad de estar concientes de que la práctica de la agricultura sostenible
es un proceso complejo y dinámico.
La historia de
las actividades agropecuarias se remonta 10 mil años atrás, con el comienzo de
la denominada Revolución Neolítica. A esta le siguió otra conocida con el
nombre de Revolución Agrícola, que inició cerca del siglo XVI y que culminó
alrededor de mediados del siglo XVIII.
Con las primeras
innovaciones en las actividades agrícolas (p. ej. la creación de praderas
artificiales), da inicio la denominada Revolución Tecnológica a partir de la
segunda mitad del siglo XVIII, donde se dieron paso a un conjunto de
transformaciones que presentaban un carácter más sistemático, por lo que se ha
dicho que a lo largo de este periodo la agricultura dejó de ser un arte para
convertirse en una técnica. Los cuatro puntales básicos de esta revolución
fueron la introducción de nuevos cultivos y métodos de labranza, la
implementación de la maquinaria agrícola, la utilización de nuevos abonos
(p.ej. nitrato de Chile) y el desarrollo de plaguicidas químicos con base en
arsénico y cobre en la década de 1870, y los cambios de los medios de
almacenaje, transformación y transporte de las cosechas y productos de origen
animal.
Posteriormente,
a mediados del siglo pasado, y como consecuencia de la introducción de nuevas
tecnologías, da inicio la conocida y extendida Revolución Verde, basada en el
uso de semillas de alto rendimiento, pero altamente dependientes de la
utilización creciente de fertilizantes y plaguicidas sintéticos, de la
extensión del riego y de la introducción de maquinaria de alto consumo
energético. Esta Revolución Verde es la que ha llegado hasta nuestros días,
pero que -indudablemente- no ha podido demostrar que pueda llegar a ser
sostenible, tanto por los problemas inherentes por ser un modelo industrial
aplicado a organismos vivos, como por su alta dependencia de recursos externos.
En los casos en que este modelo se ha mantenido ha sido por los subsidios
directos e indirectos que continúan recibiendo sus practicantes. Sin embargo,
la clara evidencia del rápido agotamiento, contaminación y eliminación de los
recursos naturales, tanto bióticos como abióticos, a los que ha echado mano de
manera irresponsable, hace evidente la insostenibilidad de tal modelo tanto en
lo económico, como en lo social y ambiental (Conway y Pretty 1991, Shiva 1991 y
1995, Murray 1995, Fox 1997, Ongley 1997, García 2000, Kimbrell 2002).
Últimamente,
desde la década de los años noventas del siglo pasado, se habla de la
Revolución Genética, que no es sino una versión “moderna” de la precitada
revolución, la cual ahonda en los problemas generados por su predecesora, lo
que lleva a los actores de las actividades agropecuarias a situaciones de
dependencia extremas de tipo feudal (García 2004) con consecuencias
desastrosas, tanto para estos, como para la humanidad en general al comprometer
en grado extremo la seguridad alimentaria por medio del patentamiento de las
semillas y la utilización de tecnologías en extremo riesgosas (ej. TRUG[1], acrónimo de Tecnologías de Restricción
del Uso Genético, entre la que se encuentra la conocida con el nombre Terminator) (ETC Group 2007).
Conocer el marco
de referencia en cualquier análisis que se haga de las actividades
agropecuarias es sumamente importante y necesario, y en este caso no es la
excepción. De ahí la necesidad de profundizar en los aspectos específicos de la
historia precitada, tanto de la relativa a la historia mundial como nacional,
regional y local de las actividades agropecuarias (Sáenz 1970, Arias 1983,
Océano 1983, UNA-UCR 1985, González 1989, Samper 1989, Ardón 1993).
Sin duda alguna,
el conocimiento analítico y detallado del marco histórico de referencia en
cuestión es un elemento necesario e imprescindible que debe conocerse con
detenimiento cuando se aborda el tema de la agricultura sostenible. Es así como
se podrá llegar a entender más fácilmente el estado del arte de la agricultura
actual, con sus aspectos positivos y negativos, por medio del conocimiento de
los procesos que han venido experimentando las actividades agropecuarias en el
tiempo, y con ello poder dar respuesta a preguntas básicas como las siguientes:
¿cuándo y cómo empezó a surgir la agricultura?, ¿de qué manera se hacía en el
pasado?, ¿cuándo y porqué se empezaron a realizar cambios sustanciales en la
manera de hacer esta actividad?, ¿quiénes y porqué propiciaron estos cambios?,
¿cuáles fueron con el tiempo los impactos de los cambios realizados en los
aspectos de productividad, sostenibilidad, culturales, sociales y económicos de
las personas y los recursos involucrados?, ¿qué tan aplicables podrían ser hoy
en día algunas de las técnicas de producción agrícola de culturas antiguas como
los pet kotoob de la cultura maya o
los waru waru de la cultura inca?
(Ericsson 1986, Gómez-Pompa et al. 1987, Vargas 1990, Ardón 1993, Rendón et al.
2001, Rodríguez et al. s.f.,). El conocimiento de esta historia enseña también
que en la medida que los agricultores sacaron -o les forzaron a sacar- su
cultura de la agricultura, la producción agropecuaria se transformó y limitó a
ser solo un agronegocio.
Muy posiblemente
las preocupaciones por asuntos de sostenibilidad en la agricultura empezaron a
darse con el nacimiento de la actividad misma. Sin embargo, en lo que podríamos
llamar la era moderna, estas preocupaciones empezaron a manifestarse y a
enfrentarse más intensivamente desde finales del siglo XIX y hasta la fecha,
con el nacimiento y desarrollo de diversos métodos que han demostrado que la
agricultura puede hacerse de otra forma, a saber: con la naturaleza y no contra
ella. Entre los promotores pioneros de estos métodos destacan los propuestos y
desarrollados por Sir Albert Howard, Jerome Irving Rodale, Rudolf Steiner,
Ehrenfried Pfeiffer, Manard Murray, Edward H. Faulkner, Ruth Stout, F.C. King,
Hans Müller y Maria Müller-Bigler, Hans Peter Rusch, Ida y Jean Pain, Claude
Aubert, Mokichi Okada, Masanobu Fukuoka, y más recientemente, Bill Mollison,
Miguel Altieri, John Jeavons y Wes Jackson, entre otros[2]. A pesar de estas advertencias y
propuestas probadas, tanto experimentalmente como en el campo, se continúan
ignorando en la mayor parte de los centros de educación donde se tratan
aspectos ligados a la producción agropecuaria.
No es sino hasta
que, aunado a la identificación y cuantificación creciente de problemas de diverso
tipo derivados del modelo de desarrollo moderno occidental de otras ramas del
quehacer humano, que se empezó a difundir, desde principios de los años
ochentas del siglo pasado, una corriente denominada agricultura sostenible,
sustentable, perdurable o durable, adjetivos que para efectos de este artículo
se considerarán sinónimos, a sabiendas de las discusiones que se han venido
dando alrededor de éstos (Anónimo 1999, Cortés 2001, López et al. 2005)[3].
El término
“sostenible” tiene su origen en las palabras internacionalmente conocidas de
desarrollo sostenible que se encuentran en el documento intitulado Informe Brundtland o Nuestro Futuro Común (1987), fruto de
los trabajos de la Comisión de Medio Ambiente y Desarrollo, creada por la
Asamblea de las Naciones Unidas en 1983, el cual recoge las preocupaciones
contenidas en la Declaración de Estocolmo (1972) y la Carta Mundial de la
Naturaleza (1982). Aquí se define por vez primera el término de desarrollo sostenible
de la siguiente manera: Aquel desarrollo
que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las
posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades.
A estos documentos le siguieron otros en la misma tónica como la Declaración de
Río (1992), la Agenda 21 (1992), la Declaración de Nairobi (1997), la
Declaración de Malmö (2000) y la Carta de la Tierra (2000).
De acuerdo con
Féret y Vorley (2001), en la actualidad hay tantas definiciones de agricultura
sostenible como grupos que se han reunido a discutir sobre el tema. De ahí que
estos autores consideren que dar con precisión definiciones absolutas de la
sustentabilidad en la agricultura es imposible, ya que esto depende de lo que
cada uno desea “sostener”. En consecuencia, hay una gran variedad de
interpretaciones de la sustentabilidad: “de lo más profundo a lo más
superficial”, “de lo social a lo ambiental”, “de la agricultura campesina a la
agricultura de precisión”, y “del productivismo a lo multifuncional”.
A continuación
se exponen algunas de estas definiciones que han dado diversos autores y
organizaciones al término de la agricultura sostenible o sustentable:
Agricultura sustentable es
el manejo y conservación de los recursos naturales y la orientación de cambios
tecnológicos e institucionales de manera de asegurar la satisfacción de las
necesidades humanas en forma continuada para las generaciones presentes y
futuras. Tal desarrollo sustentable conserva el suelo, el agua, y recursos
genéticos animales y vegetales; no degrada al medio ambiente; es técnicamente
apropiado, económicamente viable y socialmente aceptable (Definición de la FAO 1992 citada en von
der Weid 1994).
La sustentabilidad de la
agricultura y de los recursos naturales se refiere al uso de recursos
biofísicos, económicos y sociales según su capacidad, en un espacio geográfico,
para, mediante tecnologías biofísicas, económicas, sociales e institucionales,
obtener bienes y servicios directos o indirectos de la agricultura y de los recursos
naturales para satisfacer las necesidades de las generaciones presentes y
futuras. El valor presente de bienes y servicios debe representar más que un
valor de las externalidades y los insumos incorporados, mejorando o por lo
menos manteniendo de forma indefinida, la productividad futura del ambiente
físico y social. Además de eso, el valor presente debe estar equitativamente
distribuido entre los participantes del proceso (Definición del IICA citada por Ehlers 1994).
Una agricultura sustentable
es aquella que equilibra equitativamente intereses relacionados con la calidad
ambiental, la viabilidad económica, y la justicia social entre todos los
sectores de la sociedad.
(Allen et al. 1991).
La sostenibilidad en la
agricultura esencialmente significa el equilibrio armónico entre el desarrollo
agrario y los componentes del agro-ecosistema. Este equilibrio se basa en un
adecuado uso de los recursos localmente disponibles (como: clima, tierra, agua,
vegetación, cultivos locales y animales, habilidades y conocimiento propio de
la localidad) para poner adelante una agricultura que sea económicamente
factible, ecológicamente protegida, culturalmente adaptada y socialmente justa,
sin excluir los insumos externos que se pueden usar como un complemento al uso
de recursos locales.
(Socorro et al. s.f.).
De acuerdo con
Chiappe y Piñeiro (s.f.), el concepto de agricultura sustentable es igualmente
polémico y ambiguo al dado al término de desarrollo sostenible y ha dado lugar
también a diversas interpretaciones, las cuales han generado a su vez
propuestas y acciones diversas por parte de los diferentes actores sociales. A
grandes rasgos, entre la variedad de definiciones que se han presentado de
agricultura sustentable estos autores distinguen dos enfoques principales:
1.- El enfoque predominante se refiere principalmente a los aspectos
ecológicos y tecnológicos de la sustentabilidad y hace énfasis en la
conservación de los recursos, la calidad ambiental, y en algunos casos, la
rentabilidad del establecimiento agropecuario.
2.- La segunda perspectiva, más amplia, incorpora en su discurso elementos
sociales, económicos, y políticos que afectan la sustentabilidad de los
sistemas agrícolas nacionales e internacionales (Allen et al. 1991).
Y al referirse a
estos enfoques, los autores ya citados hacen los siguientes comentarios. La
definición citada de la FAO, que prioriza la dimensión ecológica en su
definición de agricultura sustentable, es representativa del primer enfoque.
Por lo tanto, desde esta concepción, la conservación de los recursos naturales
y la utilización de técnicas que no dañen el ambiente son elementos esenciales
para el logro de una agricultura sustentable. Aunque se alude a las dimensiones
social y económica, el uso de los términos es poco preciso. Coincidiendo con
Allen y Sachs (1993), resulta importante definir el sujeto social de la
sostenibilidad y responder a la pregunta ¿desarrollo
económicamente viable y socialmente aceptable para quién? Al no precisar
los sujetos o los grupos sociales a quienes debe estar orientada la acción, es
probable que se sigan manteniendo las estructuras socioeconómicas de
desigualdad económica y social características de muchas sociedades,
especialmente en América Latina (Kliksberg 2000 y 2005, Guimaraes et al. 2001,
Gilbert s.f.).
Entre las
definiciones de agricultura sostenible que incluyen elementos sociales,
económicos, y políticos se encuentra, por ejemplo, la elaborada por el
Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, IICA (Ehlers
1994). Según esta definición, mantenimiento o aumento de la productividad
física y social y distribución equitativa de los recursos representan entonces
componentes relevantes de la sustentabilidad agrícola.
Allen et al. (1991), por su parte, proponen
una definición de agricultura sostenible en la que se reconoce la interrelación
entre los componentes productivos, ambientales, económicos y sociales de la
agricultura. Para estos es esencial que la sustentabilidad se extienda no solo
a través del tiempo sino a nivel mundial, y que considere el bienestar no
solamente de las generaciones futuras sino de todas las personas y seres vivos
de la biosfera.
Por otro lado,
Allen y Sachs (1993) sostienen que la agricultura sostenible tendría que
incluir no solo el proceso productivo, sino el conjunto del sistema alimentario
y agrícola. Más aún, estas autoras señalan que categorías como clase, género y
raza deberían ser tenidos en cuenta en el debate acerca del significado y las
consecuencias que conlleva la práctica de la agricultura sostenible.
Lo anterior
lleva a la necesidad de reconocer que, para el análisis del impacto de la
agricultura en la sustentabilidad del sector agrícola, se debe adoptar un
enfoque amplio e integrado, contemplando tanto aspectos ambientales o
ecológicos, como políticos, sociales y económicos. Esto en el entendido que,
tal como lo plantea Rosset (1998):
…cualquier paradigma
alternativo que ofrezca alguna esperanza de sacar a la agricultura de la crisis
debe considerar las fuerzas ecológicas, sociales y económicas. Un enfoque
dirigido exclusivamente a aminorar los impactos medioambientales, sin dirigirse
a las difíciles condiciones sociales de austeridad que enfrentan los
agricultores o las fuerzas económicas que perpetúan la crisis, está condenado
al fracaso.
O bien, como lo propone Altieri (1995):
…es obvio que los nuevos
agrosistemas sostenibles no pueden ser puestos en práctica sin modificar las
determinantes socioeconómicas que rigen lo que se produce, cómo se produce y
quién lo produce. Los planteamientos deben afrontar las cuestiones tecnológicas
de forma que asuman el papel correspondiente dentro de una agenda que incorpore
las cuestiones sociales y económicas en la estrategia de desarrollo. Sólo
políticas y acciones derivadas de este tipo de estrategia pueden hacer frente a
la crisis agrícola medioambiental y a la pobreza rural en todo el mundo en
desarrollo.
Los límites de
los recursos naturales implicados en las actividades agropecuarias, y ligados
inexorablemente a las leyes de la naturaleza o leyes ecológicas, sugieren las
mismas reglas básicas reconocidas para el desarrollo sostenible (Wikipedia
2007), a saber:
1.- Ningún recurso renovable deberá
utilizarse a un ritmo superior al de su generación.
2.- Ningún recurso no renovable deberá aprovecharse a mayor velocidad de la
necesaria, para sustituirlo por un recurso renovable utilizado de manera
sostenible.
3.- Ningún contaminante deberá producirse a un ritmo superior al que pueda
ser reciclado, neutralizado o absorbido por el ambiente.
Para dar el
seguimiento y el cumplimiento a las reglas precitadas en las actividades
agropecuarias hay que estar concientes de la necesidad de conocer y trabajar
con las leyes y principios básicos de la ecología, entre éstas se destacan a
continuación las siguientes (García et al. 2006):
Nada en la
Tierra ocurre de un modo aislado; existe una complicada red de interconexiones
entre los diferentes organismos vivos y, entre las poblaciones, especies y
organismos individuales y sus medios físico-químicos. A esta primera ley de la
ecología se le conoce también con el nombre de Principio de interdependencia.
Este hecho -las
partes relacionadas entre sí, actúan unas sobre otras- tiene consecuencias
sobre el funcionamiento del ecosistema: los componentes vivos y no vivos de un
ecosistema proporcionan una dinámica interna; un desequilibrio en una parte que
el sistema no puede compensar, puede derrumbar el conjunto del sistema. Esto
explica porqué en los ecosistemas todo está relacionado con todo lo demás. El
sistema se estabiliza por sus propiedades dinámicas autocompensadoras; si una
interferencia en la dinámica natural perturba el sistema, este puede
desequilibrarse y en una situación extrema autoderrumbarse.
Esta segunda ley
no es más que la confirmación de una ley básica de la física: “La naturaleza es
indestructible”. Aplicada a la ecología se formularía de la siguiente manera: En la naturaleza no existe desperdicio.
Lo que se expulsa o desecha por un organismo como desperdicio, es tomado por
otro.
Teniendo en cuenta
esta ley, cuando se vierte algo en la
naturaleza, por ejemplo, agrovenenos, fertilizantes, plásticos y desechos de
cosechas, siempre hay que preguntarse: ¿a dónde van a parar?... Nada
desaparece, solo cambia de sitio. Una de las principales razones de la crisis
actual del ambiente es que grandes cantidades de materiales han sido extraídos
de la tierra, convertidos en nuevas formas y tirados sin tener en cuenta que todo va a parar a alguna parte.
Según esta ley todo cambio importante realizado por el ser
humano en un sistema natural resultará, probablemente, perjudicial para este
sistema. Esta afirmación aparentemente exagerada, ayuda a comprender
algunos aspectos de la actual crisis ecológica. Sugiere que la introducción
artificial de un compuesto orgánico que no existe en la naturaleza, sino que es
confeccionado por el ser humano -que le otorga un papel activo en un sistema
vivo- resultará probablemente perjudicial. Todo compuesto orgánico fabricado
por el ser humano que tenga alguna actividad biológica, debería ser manejado
con gran prudencia y cautela. Y aquí sirve de ejemplo, nuevamente, el caso de
la utilización de los agrovenenos, los fertilizantes y los plásticos en la
agricultura.
En ecología como
en economía, no hay ganancia que no cueste algo. Como el ecosistema mundial es
un todo conexo en el que nada puede ganarse o perderse, y no es susceptible de
un mejoramiento total, cualquier cosa extraída de él por medio del esfuerzo humano
debe ser reemplazada. El pago de este precio es inevitable; solo puede
aplazarse.
Estos límites se
hallan determinados por el tamaño de la Tierra y por la cantidad de energía que
nos llega del Sol. En este aspecto para nadie es un secreto el que estamos
aproximándonos a los límites de muchos elementos de la naturaleza, incluyendo
tierras de cultivo, pesca, ballenas, petróleo, minerales, agua y bosques. En
este proceso estamos creando una situación desesperada para las especies que
dependen de muchos de estos elementos de la naturaleza.
Estas leyes y
principios básicos dan una visión del tejido de la vida en el mundo y nos
ayudan a comprender la necesidad de la armonía humana con la naturaleza. Toda
acción sobre la naturaleza debe tener en cuenta las leyes de la ecología. La
manipulación arbitraria que ha sufrido el medio nos ha llevado a la actual
crisis ecológica, tanto en los espacios rurales como urbanos.
Por medio de la
comprensión de los principios ecológicos debemos encontrar nuevos caminos para
la evolución de los valores y las instituciones humanas. Los planes económicos
a corto plazo deben ser reemplazados con acciones basadas en la necesidad de
conservar y preservar la totalidad del ecosistema planetario. Debemos aprender
a vivir en armonía no solo con el resto de los seres humanos, sino con todas
las criaturas que pueblan el planeta (Boff 2002).
En todo esto
puede ser de gran utilidad el conocer y sobre todo internalizar, para llegar a
poner en práctica, los principios expuestos en el documento La Carta de la Tierra (2000).
En toda esta
discusión hay que tener claro la importancia e imperiosa necesidad de llegar a
tener una paz con la naturaleza. ¿Paz con la naturaleza? ¿Es que acaso hay una
guerra en la agricultura? Sí, efectivamente, se ha venido practicando una
agricultura de guerra en escalada a partir de la Revolución Tecnológica, especialmente
con el advenimiento de las llamadas 1era. y 2da. guerras mundiales que tuvieron
lugar en la primera mitad del siglo pasado (Stöhr y Kiesslich-Köcher 1987,
Restrepo 1998, Pinheiro 2002). De hecho, varios de los venenos utilizados en
las guerras precitadas para matar a otros seres humanos se utilizaron como base
para la síntesis y fabricación de otros venenos, esta vez para matar organismos
en la agricultura, pero que lamentablemente también siguen matando a seres
humanos, esta vez, mayormente en forma
accidental, así como a otros organismos que no son el objetivo de su
aplicación, pero que igualmente se ven perjudicados.
Al respecto,
basta analizar con detenimiento el lenguaje utilizado por la llamada
agricultura moderna industrializada para darse cuenta de ello: los agrovenenos
son las armas, a las cuales se dan
nombres comerciales bastante expresivos como: Combatâ, Ramboâ, Colt 45â,
Arsenalâ, Rangerâ, Fusiladeâ, Bastaâ, Lakillerâ, Marshalâ, Roundupâ
(acorralar), Pentagonâ (pentágono), Prowlâ (cazar), Assertâ (imponer), Furiaâ,
Tifónâ, Destructorâ, Terminatorâ, Hurricaneâ, Rivalâ, Touchdownâ, Balaâ,
i-Bombâ y Avengeâ (venganza). Las mezclas de agrovenenos y los aparatos que se
utilizan para su aplicación se les denomina bombas.
Las poblaciones de organismos que comparten los mismos gustos por los cultivos
que los seres humanos son los enemigos
que hay que eliminar y exterminar. Las plantas adventicias que
ayudan a mantener la vida y la fertilidad en el suelo y la ecología que se
encuentra por debajo de los cultivos al tiempo que detienen la erosión del
suelo son las malas hierbas, ergo, hay que matarlas, eliminarlas, erradicarlas.
Para lograr lo anterior de la manera más eficiente hay que elaborar y aplicar estrategias y tácticas, que en la mayor parte de los casos se reducen a la
aplicación de agrovenenos, a los que preferiblemente nos enseñan a nombrar de
manera santurrona con nombres técnicos e inocuos como fitoprotectores,
fitosanitarios, medicinas, agroquímicos y plaguicidas (sin que se nos advierta
del significado del sufijo latino -cida,
que es matar). Recapitulemos las
palabras citadas: armas, bombas,
enemigos, malas hierbas, matar, eliminar, erradicar, venenos, estrategias,
tácticas. Definitivamente, se está tratando aquí de una agricultura de
guerra.
Si se habla de
la necesidad de una paz con la naturaleza, es importante empezar a hacer un
esfuerzo por cambiar el lenguaje utilizado en esta actividad, tal y como se
puede aprender de los agricultores orgánicos quienes reconocen el valor ecológico
de las plantas adventicias y los organismos que comparten el agrosistema con el
nombre de bioindicadores que nos
señalan desbalances específicos. Así pues, en la agricultura sostenible no hay
enemigos que matar, eliminar ni erradicar, lo que hay son poblaciones de
organismos que indican si se están haciendo las cosas bien, mal o regular. Para
ello se tiene una visión integral de los componentes de la finca, tanto
bióticos como abióticos, desde el suelo mismo, así como del entorno en que esta
se encuentra. En la agricultura sostenible se trata de convivir en forma
solidaria, no de competir.
En resumidas
cuentas, hay que estar claro, desde el principio, que para lograr la paz con la
naturaleza, se deben aceptar los términos que esta propone. No hay discusión
posible. La inmutabilidad de las leyes de la naturaleza son las que han hecho
posible la vida en el planeta Tierra tal y como se conoce. No son leyes que se
puedan interpretar o cambiar a antojo. Cuando así se ha hecho, los hechos han
demostrado que las cosas se hacen más difíciles o no resultan. En este aspecto
puede ayudar el recordar las sabias palabras del filósofo y político Sir
Francis Bacon en los siglos XVI y XVII quien dijera lo siguiente: Sólo podemos mandar sobre la naturaleza
obedeciéndola.
En otras
palabras, ante todo debe reconocerse que, al igual que los demás seres
vivientes en este planeta, se está bajo la influencia de las leyes de la
naturaleza, de la cual los seres humanos formamos parte en nuestro ser físico.
En la medida que se acepte esta realidad y nos demos a la tarea de conocer y
comprenderlas lo mejor posible, así como su influencia en las interacciones que
se dan entre los factores bióticos y abióticos existentes en el planeta, y
entre estos con el resto del universo, mejores decisiones se podrán tomar
tendientes al logro de una agricultura sostenible.
Dada la
complejidad de los factores que deben considerarse a la hora de tomar
decisiones para el logro de una agricultura sostenible en cada caso específico,
es ilusorio pensar que la agricultura sostenible pueda hacerse con base en
recetas. Si aun así se desea una receta, la única que cabe en este caso es la
de actuar inteligentemente conforme a las leyes de la naturaleza que son, al
fin y al cabo, las que siguen haciendo posible el milagro maravilloso de la
vida en el planeta tal y como se conoce.
Con base en todo
lo anterior, debe considerarse a la agricultura sostenible como un proceso
socioeconómico, político, ecológico y cultural caracterizado por un
comportamiento en busca de un ideal, a saber, el de la producción agropecuaria
de, por y para la vida. En términos ticos, y en sentido literal, como la
agricultura de la ¡pura vida!, y es
que no puede ser de otra manera, pues la sostenibilidad de la agricultura está
basada en su diversidad biótica, abiótica y cultural.
El ideal
propuesto de la agricultura sostenible debe invitar a soñar. Sí, a soñar, pero
con los pies en la tierra. Lo anterior implica tener que despertar y
desarrollar las capacidades de observación, imaginación y creatividad que se
han venido perdiendo con la aplicación a ciegas de las recetas y protocolos que
impone la agricultura industrializada. Para ello hay que empezar a tratar de
conversar con la tierra para entenderla como lo que es en realidad: un
organismo vivo que, al igual que otros, tiene sus necesidades. Si los seres
humanos decimos que venimos de la tierra y que a la tierra volveremos, esto
significa que tenemos un mismo origen, y con esto la capacidad de comunicarnos
y, lo que es más importante, llegar a entendernos con nuestro entorno
ambiental. Y aquí, tal y como lo destaca Rodríguez-Mena (1998, citado por Pérez
2005), el reto en esta cuestión está en asumir un cambio de actitud que nos permita
continuar evolucionando del homo faber
(hombre que hace) y homo sapiens
(hombre que piensa), al homo concors[4], es decir, al hombre en armonía consigo
mismo y con su entorno.
He aquí el
desafío en el tema que nos ocupa: llegar a tener la capacidad de comunicarse y
entenderse con los agroecosistemas por medio de la cooperación y la solidaridad
en la diversidad, y no por medio de la competencia y la explotación desmedidas,
como se ha venido haciendo últimamente, a golpe de tambor de leyes económicas cuyo
fin primordial es el lucro desmedido basado en la lógica “ilógica” de un
crecimiento sin límites que, según sus promotores, nos llevarán –¡oh ironía!-
al desarrollo sostenible, cuando en
realidad los hechos nos muestran a todas luces que aquellas nos están llevando
a un callejón sin salida que vendrá a comprometer gravemente la seguridad
alimentaria, y con ello, la supervivencia misma de la humanidad.
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[1] Las TRUG se refieren a las técnicas de ingeniería genética que usan varios genes interactivos o interdependientes en combinación con un inductor químico (como un golpe de calor o el etanol) para activar o desactivar la expresión de los rasgos genéticos de un cultivo (ETC Group 2007).
[2] Algunos de los trabajos escritos por las personas precitadas pueden adquirirse gratuitamente en forma digital solicitándolos a la Holistic Agriculture Library en la siguiente dirección de internet: http://www.soilandhealth.org/01aglibrary/01aglibwelcome.html
[3] Al igual que Pérez (2005), aquí se prefiere utilizar el adjetivo sostenible, para concordar y respetar la definición que de este da la Real Academia Española: “… dicho de un proceso: que puede mantenerse por sí mismo, como lo hace, p.ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes”.
[4] (…) (hombre armónico en su corazón), que convive armoniosamente consigo mismo, con la naturaleza y con los demás. (…) que convive; vive con –empatía, simpatía, cooperando, colaborando, conversando. Vive no para competir, sino para compartir. (Abaunza y Mendoza s.f.).