Ernesto Cardenal:
El poeta que halló las partículas de Higgs
Oscar Hidalgo*
Resumen: El uso certero de la lengua castellana y los ricos contenidos que ha plasmado en su prosa y verso, le valieron al sacerdote trapense Ernesto Cardenal Martínez para que se le extendieran en el 2012 importantes reconocimientos internacionales. La religiosidad más que panteísta que definió desde sus primeras obras -entre 1969 y 1971- le permitió reescribir textos canónicos, de historia, mística y teología con los últimos hallazgos de la astronomía, la biología y la física atómica para quedar como el gran poeta de Nicaragua y uno de los mayores escritores del Cristianismo. De esta manera, sobrepuso en su palimpsesto, una variedad de marcas culturales cuya escritura es la tarea que acometió en el siglo XX.
Palabras clave: SEMIOSIS – SIGNO – MISTICISMO – PANTEISMO – PALIMPSESTO – PARTICULAS
SUBATOMICAS – CUENTA LARGA – ESCATOLOGIA Abstract: The accurate use of the Spanish language and the rich content that has reflected in his prose and verse, earned priest Ernesto Cardenal Martínez important international recognitions until 2012. His work goes beyond The pantheistic religion that defined his first works, between 1969 and 1971 - allowed him to rewrite canonical texts, history, mysticism and theology to the latest findings of astronomy, biology and nuclear physics to be like the great poet Nicaragua and one of the greatest writers of Christianity. Thus, overcame in his palimpsest, a variety of cultural brands whose writing is the task he completed in the twentieth century.
Keywords: SEMIOSIS - SIGN - MYSTICISM - PANTHEISM - PALIMPSEST - SUBATOMIC PARTICLES - LONG COUNT - ESCHATOLOGY
Recibido: 27 de Julio del 2012 Aprobado: 18 de setiembre del 2012
“Cuando los monjes cantan en coro están cantando en nombre de la creación entera, porque también todo en la naturaleza, desde el electrón hasta el hombre, es un solo salmo. Y nosotros no podemos descansar hasta hallar a Dios. Sólo entonces se aquietará en nuestro corazón la gran angustia cósmica, se aquietará este inmenso amor que oprime el pequeño corazón del hombre con toda la fuerza de la gravitación universal: hasta que nosotros encontremos este Tú al que tienden todas las criaturas”. Vida en el amor (1970: 37).
Son palabras entresacadas del volumen en prosa Vida en el amor, que resumen la obra de su autor, Ernesto Cardenal Martínez, sobre todo porque él mismo ha sido uno de esos monjes que cantan en coro y, en realidad, no ha dejado de serlo desde que hizo juramento de dedicación a Dios, de por vida.
La “creación entera” de la que escribe debe ser entendida dentro de la tradición cristiana y a esa obra salida de la mano de Dios se refiere el poeta, creación que en su escritura es a la vez el sujeto y el objeto del cántico del coro monástico.
A esa milenaria herencia en la que se inscribe el teólogo se le agregan otros novísimos referentes. En este párrafo es evidente la marca del siglo XX que mediante la intertextualidad incorpora el electrón, la visión cósmica y la gravitación universal. Son signos, como novedosas marcas recién pintadas en un palimpsesto que en la base tenía los libros canónicos sagrados. El aporte específico que hace el poeta radica en el panteísmo que lo lleva a exclamar que “todo” en la naturaleza es “un solo salmo” y que él es un componente de esta totalidad, como lo afirma en el fragmento.
Ahora bien, se trata de un panteísmo sui generis que trasciende lo que pudiere entenderse con este término. El autor simplemente evade la etiqueta: “… cuando el hombre ama a Dios y se une con El, es la creación entera con sus tres reinos, mineral, vegetal y animal, la que lo ama y se une con El”. Explica de seguido: “La naturaleza es por eso más sagrada para el cristiano que lo fue nunca para el panteísmo pagano. Nosotros somos más que panteístas, pues el cristianismo sobrepasa todo panteísmo y la Encarnación va más allá de lo que ningún filósofo panteísta hubiera podido ni siquiera soñar”. Vida… (1970:184).
Por ser el cosmos una creación entera (“Y todas las cosas nos hablan de Dios”, Vida… 1970: 25), tiene dos componentes específicos que son indispensables y complementarios en la escritura del Padre Cardenal, los indígenas de las culturas mesoamericanas y el medio ambiente. Ambos se encuentran una y otra vez en el conjunto de su prosa y en su verso. El los ha hallado en su lectura de la creación y los ha asimilado como signos, eso sí, para refuncionalizarlos en su propio texto.
Por lo precolombino, dos títulos dan idea acerca del alcance de este compromiso: Homenaje a los indios americanos (1969) y Quetzalcóatl (1985). Pero también alude el Padre Cardenal -en sus Salmos, de 1969-, de un modo muy destacado a la naturaleza, como el segundo componente de su obra, entendida dentro de la totalidad de la “creación entera”, a partir de las espirales de las galaxias y llegando i.e. hasta las semillas y el polen, las anémonas marinas, el copeópado y la diatomea (Salmo 103).
De hecho, asume y sintetiza en sus textos los capítulos de la creación y el paraíso que aparecen en el libro del Génesis, así como las teorías astronómicas, físicas y biológicas del siglo XX . Se apropia de todos los signos previos y contemporáneos y al reubicarlos, los recarga en novedosos arcos semánticos. Es así que la conjunción de las superlativas calificaciones bíblicas se asimila con la energía termonuclear como sinónimo de poder, tal y como lo ha visto el poeta en su juventud, y desde entonces, para exclamar:
“Señor Dios mío tú eres grande Estás vestido de energía atómica Como de un manto” (Salmo 103).
Para ello postuló una cosmología poético-religiosa que abarca lo más contemporáneo de la astrofísica:
“…al asomarnos al macrocosmos en el telescopio contemplamos una imagen de la infinita grandeza de Dios” (Vida…1970: 79), la expansión del universo:
“Hacia El se mueven todos los astros y la expansión del universo es hacia El, hacia El de donde han salido todos los astros y de donde salió el primer gas original, y sólo en El descansará el universo” (Vida… 1970: 25), y hasta la multiplicidad de universos:
“…tal vez hay civilizaciones transmitiendo mensajes a nuestras antenas de radio” (Salmo 18).
Luego ha dirigido su palabra a lo mínimo pero esplendoroso, y entonces le basta el ambiente selvático en las orillas y las islas del lago donde se radicó, desde mediados de los años sesenta. Y va más allá de la ciencia de aquella década. Su mirada se extiende “desde el electrón hasta el hombre” (Vida…1970:25), aunque con su intuición se ha adelantado a los científicos de la Organisation européene de la recherche nucléaire (CERN) de Ginebra que han hallado en julio del 2012 las partículas de Higgs:
“…también puede decirse que Dios es más pequeño que un electrón”.
Igualmente dirá en el Salmo 150, que titulara El cosmos es su santuario:
“…alabadle por las galaxias y los espacios inter-galáxicos alabadle por los átomos y los vacíos inter-atómicos…” Y en el Salmo 150 proclama: “Todo lo que respira alabe al Señor
toda célula viva Aleluya”
Su sensibilidad lo transporta a los mundos subatómicos y a la unidad de la vida. Pues bien, a este sacerdote que se ha dedicado a la vida contemplativa en el archipiélago de Solentiname, en el lago Cocibolca de Nicaragua, este año se le ha extendido el Premio Reina Sofía de España, por el conjunto de su obra de poesía. Paralelamente a la real premiación, la Universidad de Huelva le ha otorgado en este año 2012 un Doctorado Honoris Causa.
Escribe Cardenal poesía religiosa en una vertiente mística que explica en Vida en el amor. En este volumen de teología pone a la par términos inasimilables y de absoluta contradicción como finito-infinito, ser humano-Dios, uno-todo, en una operación que resuelve mediante el recurso al panteísmo. Es la escritura que sale de un alma panteísta y por eso exclama: “El alma humana nace enamorada” (1970: 69), obviamente enamorada de Dios. Para puntualizar luego: “El hombre nace con un instinto de infinito, con un instinto de Dios, y este instinto tiene que ser satisfecho. Es la “sed de ilusiones infinita”, de la que habla Darío”.
Esa religiosidad muy específica la explicaba en la primera cita arriba, que es, asimismo, el compendio de una manera panteísta de entender el mundo, una forma mística de manifestarse con admiración ante el cosmos, en el que se consume al subsumirse él mismo en un solo todo. Es también, la palpable exteriorización de una sensibilidad religiosa.
Lo mismo se trasluce en el Salmo 18 cuando este autor exclama:
“Las galaxias cantan la gloria de Dios y Arturo 20 veces mayor que el sol y Antares 487 veces más brillante que el sol Sigma de la Dorada con el brillo de 300.000 soles y Alfa de Orión que equivale a 27.000.000 de soles
Aldebarán con su diámetro de 50.000.000 de kms
Alfa de la Lira a 300.000 años luz y la nebulosa del Boyero a 200.000.000 millones de años luz anuncian la obra de sus manos”.
O sea que las inmensidades de tamaño, brillo y diámetro de soles y de galaxias enteras, así como las vertiginosas estimaciones temporales en millones de millones de años luz simplemente se resumen en que anuncian la creación, como “la obra de sus manos”. La reescritura del Génesis ha sido acometida en el siglo XX pero al asumir el Padre Cardenal la innovación científica de su tiempo y algunas intuiciones que al final resultaron exactas, los parámetros de la astrofísica le permiten darle sus verdaderas dimensiones a este Dios pantocrátor que se proyecta hacia el siglo XXI. “Desde el microcosmos al macrocosmos, toda la creación nos revela la infinitud de Dios”, proclama (1970: 129).
Su obra en prosa a partir de Vida en el amor (1970) es tan rica en múltiples dimensiones de pensamiento cristiano, teoría política y registros periodísticos e históricos que completa, con creces, la expresión propiamente poética que emprendiera, enmarcada en lo que se denominó la Vanguardia literaria y dentro de los procesos históricos de Nicaragua.
Por su sobria personalidad y austera trayectoria, los premios, las entrevistas bajo las luces y la parafernalia mediática, o los reconocimientos con medallas no son precisamente algo que jamás haya desvelado al Padre Cardenal -aunque los acumula desde todos los confines del mundo-. Tampoco los títulos académicos y eso que ha realizado estudios universitarios en Nicaragua, México, Estados Unidos y Colombia.
El hizo una profesión de fe y a esa creencia –específicamente llevada a lo cotidiano dentro de las ordenanzas de los monjes trapenses- le ha dedicado su vida, entre otras cosas, escribiendo. De su vocación hizo una forma de vida. Tal y como le había escrito a Dios:
“Te cantaré en mis poemas toda mi vida” (Salmo 34).
Y lo ha cumplido. En realidad su vida quedó marcada por la llamada religiosa y la decisión subsiguiente de ingresar al monasterio de Gethsemani, en Estados Unidos. Desde entonces y hasta ahora, ha vivido siempre y por sobre todas las cosas en el amor a Dios y con la expresión por medio de la palabra, bellamente escrita o vigorosamente dicha.
Ingresó en la religión bajo la enseñanza de Thomas Merton, quien fue su conductor en la vida monástica de la trapa que había escogido el entonces joven centroamericano. Escribió Merton de aquellos tiempos: “Durante los diez años en que fui maestro de novicios en Gethsemani, Kentucky, nunca traté de averiguar lo que los novicios escribían en las libretas que guardaban en sus escritorios. Si deseaban hablar de ello, podían hacerlo. Ernesto Cardenal fue novicio en Gethsemani por dos años y yo sabía de sus apuntes y sus poemas. Me hablaba de sus ideas y sus meditaciones. También supe de su sencillez, su fidelidad a su vocación, su fidelidad al amor” (Vida…1970: 20,21).
En este párrafo ha quedado retratado el joven Cardenal en la trapa de Kentucky y adelantaba una parte de lo que hizo luego. Para hacer valer la opción religiosa del retiro y la vida mística, una vez que fuera ordenado sacerdote en la vieja Catedral de Managua, en 1965, fundó una comunidad contemplativa en las islas de Solentiname, en medio del lago Cocibolca. Ha sido indispensable el atisbo de aquel momento que dejara registrado José Coronel Urtecho. Corría el 13 de enero de 1966 cuando desde Las Brisas, en la Zona del Río San Juan, el maestro testimonió: “En una de esas islas Ernesto Cardenal va a establecer dentro de poco una comunidad contemplativa. Dudo que haya en el mundo lugar más apropiado para ese objeto, ni islas que más recuerden las ínsulas extrañas de San Juan de la Cruz por “lo muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres”. El progreso las ha dejado completamente incontaminadas y fuera de sus rutas” (1971:9).
Aquello era en 1966. Desde entonces el Padre Cardenal le imprimió novedosos rumbos a la escritura hasta acumular hoy, a sus 87 años, una amplia y sostenida labor que ha realizado con la lengua castellana, en la que ha escrito desde juveniles, livianos y agudísimos epigramas hasta las más densas páginas de teología mística.
Continuador de la escuela literaria que había sido iniciada en los años veinte del siglo XX y que sus fundadores (José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra y Joaquín Pasos, entre otros) denominaron la Vanguardia -asimilando hasta en el nombre de la corriente el avant-garde europeo y el post-Modernismo tras Darío-, Ernesto Cardenal ha definido a su propia obra como poesía exteriorista. Explicó Coronel Urtecho: “…la poesía de Ernesto Cardenal es voluntariamente refractaria a todo tipo de simbolismo, austeramente fiel a la realidad inmediata y exterior, o como él mismo suele decir, una poesía exteriorista”(1971: 19).
Aunque impone la singladura religiosa en su creación literaria, de lo que da cuenta el poemario titulado Salmos (1969) y el tratado teológico Vida en el amor (1970), Cardenal ha abordado un infaltable recuento histórico en verso: El estrecho dudoso, al que en su edición de 1971 (EDUCA, San José) se le agregó un prólogo fundamental de Coronel Urtecho. Ambos textos, el introductorio y los poemas con tono de epopeya, hacen un tomito que resulta indispensable para entender los centenarios y hasta milenarios antecedentes de las utopías, las rivalidades y las disputas internacionales en torno al río San Juan y su geografía. En el primer Canto -que trata del cuarto viaje de Colón-, recapitula Cardenal que el Almirante buscaba un paso que llevara hasta las lejanías asiáticas de Catay y Cipango, y que creyó encontrarlo en el río San Juan.
“Pero el Estrecho era de tierra, no era de agua” (1971:37).
Comenta Coronel Urtecho de la fórmula que resumen esas dos líneas de Cardenal: “La verdad es que el río San Juan era y no era el Estrecho Dudoso. Este sólo existía como una posibilidad, es decir, como un sueño, en la imaginación de los navegantes, geógrafos, consejeros reales y primeros conquistadores españoles de Centroamérica” (1971: 18). Y desde ahí hasta nuestros días el San Juan persiste en las utopías canaleras.
Igual que otros intelectuales de Nicaragua, Cardenal participó intensamente en los acontecimientos políticos del siglo XX, a los que les ha dedicado cuatro tomos con sus memorias. En esas páginas se muestra el mismo manejo certero de la lengua castellana que le ha dado hoy el reconocimiento del Premio Reina Sofía y de la Universidad de Huelva.
Significativos componentes que se reiteran en la obra de este autor proceden de las culturas precolombinas de las que asume, específicamente, los aportes mayas y aztecas en la astronomía. Con ello, la calendarización perfecta y la precisión en el registro de los movimientos estelares. Esto permitió a los astrónomos mesoamericanos llegar a la mejor modelización del tiempo pero también los hizo derivar a los horóscopos y la astrología:
“Y el año Ix estaba anunciado de muchas miserias”, (El estrecho… 1971: 113).
La cuenta larga en el calendario mesoamericano remite a fechas milenarias antes de nuestra era y también a los cambios de época que el autor incorpora, de acuerdo con la versión del Chilam Balam, para puntualizar el choque de civilizaciones que se produjo en torno al Estrecho Dudoso. Así lo inscribe en esta epopeya histórica que retoma la cuenta larga como base astrológica:
Y se acercaba el final del Katún 13 Ahau,
Y el final de un BAKTUN …
(…)
Que habría un nuevo amanecer al morir el BAKTUN:
El 5º. Amanecer. Y decían los Chilanes:
“Esta es la cara del Katún, del 13 Ahau:
Se quebrará el rostro del sol… (El estrecho…1971: 114)”
Igualmente reescribe el poeta marcas temporales de otra vertiente cultural. Como cuando hace un recuento del momento en que Vasco Núñez de Balboa descubre el Océano Pacífico y hace toma de posesión, en nombre de los Reyes de Castilla, monarcas:
“presentes o porvenir cuyo es aqueste imperio e señorío de aquestas Indias” (1971: 49).
Cardenal incorpora aquí una versión milenarista de la escatología bíblica pero en función político-jurídica, porque estos dominios –lo proclama el descubridor- seguirán bajo el señorío castellano:
“agora e en todo tiempo en tanto que el mundo durare hasta el universal final juicio de los mortales” (1971: 49).
De esta manera, al intercalar en sus propios registros las observaciones cosmológicas procedentes del Chilam Balam y la creencia apocalítica, el poeta los asimila como signos de la transitoriedad en la eternidad del tiempo y los sintetiza porque está sobreponiendo, en su palimpsesto, una variedad de marcas culturales cuya escritura es la tarea que acomete en el siglo XX.
Igual hace con su reescritura del Alfa y el Omega apocalíptico: “Hacia El se mueven todos los astros y la expansión del universo es hacia El, hacia El de donde han salido todos los astros y de donde salió el primer gas original, y sólo en El descansará el universo” (Vida …1970: 25). Son términos y una narrativa procedentes de los textos bíblicos. Con esto, está reinterpretando el monje trapense, con las categorías de la Astronomía de los siglos XX y XXI, nada menos que la leyenda de la Creación, según el libro del Génesis, y también la apocatástasis final, a partir de la Revelación en Patmos.
Los antecedentes mesoamericanos y bíblicos que vemos presentes en este fragmento, se nos hacen indispensables para aquilatar la síntesis cultural que ha emprendido el escritor. Obviamente sus inscripciones logran enlazar la vida personal de Lempira y Nicaragua, Balboa y Pedrarias o del nunca bien ponderado Gil González Dávila, con los pueblos y culturas que confluyeron en el río San Juan. Justamente así hace entender su labor, la que desarrolla allí mismo, entre las inscripciones temporales del Quinto Sol, en el nuevo Baktun, y también en medio del Alfa y el Omega.
La opción religiosa que asumió Ernesto Cardenal para su vida, a partir de su ingreso en un monasterio en Kentucky, incluye una manera de entender la palabra y la creación literaria, que mucho tiene que ver con la vieja cuestión filosófica de la verdad. Su propia vocación lo fue llevando de la palabra como Logos y Verbo -lo que ya era mucho- al lenguaje. Y luego pasó del lenguaje al texto del discurso literario, siempre dentro de una manera de entender a los seres humanos como criaturas de Dios.
“Con Cristo somos otra vez la imagen y la palabra de Dios, porque El es el Verbo, la Palabra y la Imagen del Padre”, sostiene en Vida en el Amor (1970:37) al proceder a un deslinde. Y este punto de partida es el que resulta fundamental en su escritura literaria. Así entendida, al trasluz neotestamentario y en la reelaboración que sale de la mano del místico panteísta que vive en la trapa, la palabra humana se enlaza con la palabra divina y, recuerda el monje poeta que, con el Evangelio, es asimismo parte del Verbo, palabra de Dios y Cristo mismo. Esta es una filosofía del lenguaje que le sirve a Cardenal, como la armazón de un puente, para dar el salto místico de su religiosidad panteísta.
Durante su temporada en Gethsemani, el entonces modesto novicio centroamericano escribió los primeros apuntes de lo que luego iba a dar a la imprenta como Vida en el amor. En este texto explicó el momento en que sintió que le nacía la decisión de tomar el hábito del cister: “Vocación quiere decir llamada y una voz en la noche. Una voz llama y llama. Uno oye y no ve. La queremos clara como el día y es profunda como la noche. Es profunda y es clara pero con una claridad oscura como la de los rayos X. Y llega hasta los huesos” (1970: 91).
En este volumen que cifra su teología mística con indelebles marcas de panteísmo, Cardenal entrelaza la creencia religiosa y su inspiración literaria con el texto evangélico. Y entonces quedan juntos e indisolublemente unidos Cristo, la palabra y el creyente. Con una consecuencia determinante de su literatura porque, mediante esta operación de fe, se reviste a la palabra de una dignidad especial que hace pecaminosa cualquier otra opción, sobre todo aquella palabra que degrada la condición sagrada del Verbo. Y así va a desarrollarse, a lo largo de la vida de Cardenal, una expresión literaria asentada en lo que el novicio hallara a partir de la palabra en su vida monástica:
“La Palabra de Dios (el Verbo) es una palabra que sólo se nos revela en el silencio” (1970: 37).
En esta valoración, no se trata de la palabra entendida como una simple expresión y como mero signo, tampoco es una parte más de la creación, sino que la palabra se convierte en medio para la comunicación muy particular entre Dios y el mismo novicio:
“A veces parece que Dios se ha olvidado de todo el universo y que sólo quiere conversar con uno” (1970:
56).
Así se expresa quien ha sentido el llamado y se ha involucrado en cumplir con la vocación trascendente. Pero con este Verbo que también es palabra de Dios, quedan al margen las otras manifestaciones y usos de la palabra que él englobará como manifestaciones de pecado. En forma explícita va a repudiar los usos derivados de la palabra, en lo particular aquellos que va a confrontarlos como un creyente. Asume, entonces, una voz profética.
También escucha otros usos de la palabra y entonces denuncia: “Sus palabras son pura propaganda / y no hablan sino slogans”, escribe el poeta en el Salmo 93 y reitera en el Salmo 18 la misma idea que reduce esa pura propaganda y los slogans a mero lenguaje sin palabras, juego de palabras, aunque lenguaje al fin: “Su lenguaje es un lenguaje sin palabras…”, con lo que tenemos que por una parte, la palabra es vacía en sí misma y carece de trascendencia, en esos usos múltiples.
Este empleo secularizado de la palabra como propaganda y slogan, que obviamente remite a un régimen y a una sociedad, llega hasta el extremo de incidir en la estructura completa del lenguaje, pero esta es la paradoja del pecado humano dado que al ser la palabra un producto de Dios, está llena de sentido. Y así la expresión de Ernesto Cardenal ya no será una apelación a la palabra sola ni mucho menos al lenguaje como estructura, sino a la obra completa de Dios, interpretada como una comunicación significante, e infinita, dos elementos de una singular semántica que ampara en el Viejo Testamento:
“La creación entera no es más que pura caligrafía, y en esa caligrafía no hay un solo signo que no tenga sentido” (Vida…1970: 35).
O sea, la creación entera concebida como una semiosis universal pero, en vez de un signo arbitrario, convencional y vacío, se trata de un sistema completo y densamente cargado de sentido. De alguna manera la palabra es una mera convención social y un simple signo cuando se emplea sin su sentido original y se la despoja de fe. El poeta observa a su alrededor lo que se ha dado en llamar el linguistic turn. O los usos derivados socialmente. El se aparta de eso que tenemos aquí: la palabra en su acepción relativista o en la concepción nominalista que han reeditado el Círculo de Viena, Jorge Luis Borges, la semiótica de Umberto Eco y algunas filosofías del lenguaje del siglo XX. En su uso social, esta vertiente lleva a la vacuidad de la palabra y hasta al no decir ni expresar cuando se habla.
Pero en la poesía de los Salmos y en la teología mística de Vida en el amor, Ernesto Cardenal emplea la palabra con una densa carga de significación,y opta por su validez en la comunicación directa y sin doble sentido ni polisemias. Eso sí, reconoce una semiosis universal:
“Toda la creación –exclama el novicio- te llama con toda clase de lenguajes” (1970: 27).
Empero, se ve primero el punto de partida de la expresión literaria de Cardenal, que constituye como un acto de fe: “Con Cristo somos otra vez la imagen y la palabra de Dios, porque El es el Verbo, la Palabra y la Imagen del Padre…” (1970: pág. 37).
La expresión ulterior del poeta va a imbuirse de una moderación virtuosa porque la comunicación se hace con palabras y la palabra es Verbo.
“Hablaré con proverbios y sabias palabras…”, advierte en el Salmo 48.
Igualmente implora el creyente para pedir la aceptación de sus comunicaciones dirigidas al Padre:
“Escucha mis palabras oh Señor”, dice en la rogativa del Salmo 5. Aun más, espera gustar y atender al Señor con sus manifestaciones: “Y séante gratas las palabras de mis poemas”, Salmo 18.
A la inversa, las palabras de Dios le llegan como lo que son, “palabras limpias”, y él las recibe, y se atreve a incorporarlas en su labor escritural, por lo que reconoce el alto valor de la comunicación divina: “Pero las palabras del Señor son palabras limpias”, Salmo 11, y por lo tanto reitera su propio compromiso de recibirlas para no malgastarlas ni perderlas: “Yo guardé tus palabras”, reconoce en el Salmo 18 de un pasado inmediato que está dentro del horizonte de su vida y que le permite a su vez invocar en el mismo texto: “oye mi palabra”.
Ahora bien, también reconoce Cardenal una tercera acepción, adicional y específica, que es propia de la mística, cuando desecha el recurso a la palabra y opta por la fusión. Esta es la vía unitiva de la mística, tal y como la han explorado San Juan de la Cruz, el Pseudo Dioniso Areopagita, Santa Teresa de Jesús, el Maestro Eckart y los exponentes de la teología negativa. A unos los menciona en sus textos y de otros ha hablado en las entrevistas. También ha destacado el Padre Cardenal los importantes antecedentes e influencias de las tradiciones hebreas y musulmanas que convergieron en Europa, hasta el Siglo de Oro. Se trata sobre todo de la senda de San Juan de la Cruz y de quienes se han adentrado en la vía unitiva.
Cuando hablamos de Dios con palabras, estamos reduciendo de alguna manera a Dios porque El está más allá de los signos y trasciende esa significación. Si todo existe, y así lo afirmamos con palabras, entonces Dios es nada, porque no hay palabras para expresarlo, y si Dios existe, y lo afirmamos como lo que es en tanto que posibilidad de infinito, entonces las cosas son nada en comparación. Es con base en este dilema que el místico novicio de la trapa irá negando todo, y esta operación incluye a la palabra, el lenguaje y la estructura comunicativa. En la medida de esa negación, podrá irse aproximando a Dios, sobre todo al que dijo “yo soy el que soy”. El primer paso lo marca el Padre Cardenal en el Salmo 18:
“Su lenguaje es un lenguaje sin palabras (…) pero no es un lenguaje que NO SE OIGA”.
Y será en los escritos teológicos de 1970 cuando abordará el tema con mayor amplitud explicativa:
“Dios está sobre todo número, como su nombre (el Verbo) está sobre todo nombre, pues mientras todo otro verbo y todo otro nombre es una significación y un símbolo de la cosa significada, el Verbo Infinito es aquello significado, que es infinito” (Vida…1970: 75).
Llegado a este punto sin retorno de la concepción unitiva, el teólogo se encuentra en lo más alto de lo que vive el místico, en la experiencia de la fusión con Dios, pues ha llegado a la anulación del lenguaje, dentro de la teología negativa.
“El ateo que niega la existencia de Dios también afirma, en parte, una verdad de Dios: la no existencia de Dios, en el sentido en que las otras cosas existen, o lo que los teólogos llaman la “trascendencia” de Dios. También Dionisio el Areopagita, el Maestro Eckart y Suso y otros místicos llaman a Dios la Nada, la Gran Nada. Porque Dios no es ninguna cosa, como son todas las cosas, sino que es Nada en comparación con las cosas. Es un No-Ser. Si llamamos existencia a la que tienen todas las cosas, Dios no existe. Y si llamamos existencia a la de Dios, entonces ninguna otra cosa existe. Sencillamente es tan diferente de todo cuanto existe que es como si no existiera. O bien, si él existe, todo lo demás es nada ante El. En cierto sentido, pues, Dios no existe, y en cierto sentido, sólo él existe” (Vida…1970:77).
Se nos hace patente el teólogo que escribe como el joven centroamericano Ernesto Cardenal y que también, en abierta contradicción, escribe a la vez como poeta y que hasta puede reaparecer como el poeta panteísta que ya no hace una afirmación, ni describe ni narra sino que construye su texto escritural mediante un símil muy propio del siglo XX:
“Sus palabras son como las parábolas de los cometas”, Salmo 18.
Pero no es sólo el paisaje totalizador panteísta lo que conmueve al poeta sino que adicionalmente ha hallado el mensaje que siente en su intimidad más absoluta, en el yo interior agustiniano en el que se comunican Dios y él, en otro estadio en el que se han encontrado ajenos al medio cósmico:
“A veces parece que Dios se ha olvidado de todo el universo y que sólo quiere conversar con uno”, (1970: p. 56).
Al cierre de Vida en el amor, el monje trapense se ubica una vez más y con sus mismas palabras dentro del coro de la entera creación que, nos había dicho, es un salmo. Este nuevo salmo que ha salido de la mano del poeta repite al del Viejo Testamento pero renovado, porque ahora engloba a todo en la naturaleza, desde el electrón hasta el hombre, según puntualizaba en la primera cita.
Pues bien, ya en las líneas finales del volumen y cuando procede a desglosar los elementos del coro de la entera creación, especifica el Padre Cardenal: “nuestro canto, junto con el coro de los astros y el de los átomos, es el mismo del coro de los ángeles, y el mismo que cantan tal vez innumerables humanidades en innumerables planetas, a los cuales parece referirse el libro de Job cuando habla de las aclamaciones de los astros matutinos en los que los hijos de Dios gritaban de júbilo” (1970: 189).
De alguna manera, al sumarse al coro con sus Salmos y con el tratado teológico Vida en el amor, el novicio de la trapa que reescribe al salmista hebreo ha pasado también por todos los argumentos teológicos y atravesó todas las pruebas de Dios para quedar, al final, como el gran poeta de Nicaragua y uno de los mayores escritores del cristianismo. Apenas había dado inicio a su labor.
Ya corría el año de 1971.
Cardenal, E. (1969) Salmos.-- Buenos Aires, Argentina: Ediciones Carlos Lohlé.
Cardenal, E. (1970) Vida en el amor.-- Buenos Aires, Argentina: Ediciones Carlos Lohlé.
Cardenal, E. (1971) El Estrecho Dudoso. - - San José, C.R. : EDUCA.