Acta Académica, 64, Mayo 2019, ISSN 1017-7507

La emergencia del enfoque psicosocial en la investigación en resiliencia en contextos de violencia política

Nayib Ester Carrasco-Tapias*

Juan David-Villa**

Resumen:

 

Colombia es el segundo país en el mundo más afectado por el flagelo del desplazamiento forzado. Esta revisión se centra en la resiliencia como categoría psicosocial y como posibilidad de desarrollo social en tanto expresión de salud mental. Se plantea el concepto de resiliencia como un campo de investigación e intervención alterno a los procesos disruptivos en el contexto de la violencia urbana y rural en Colombia. Este artículo es una reflexión alternativa para repensar las formas tradicionales en las que se realizan las intervenciones psicosociales, ya que se supera la perspectiva sobre los factores de riesgo y protección y se amplía hacia la lectura de la constitución de pilares para la superación de las experiencias adversas.

Palabras claves: VULNERABILIDAD - ADVERSIDAD - RESILIENCIA - PSICOLOGIA SOCIAL - CONFLICTOS SOCIALES

Abstract:

Colombia has the second highest rate of forced displacement victims in the world. This review focuses on resilience as a psychosocial category, as a possibility for social development and as an expression of mental health. The concept of resilience is suggested as an alternative field of research and intervention for the disruptive processes in the urban and rural violence context in Colombia. This article is an alternative reflection for rethinking the traditional ways in which psychosocial interventions are carried out, since they help to broaden the perspective about risk and protection factors and favors the reading and creation of pillars for overcoming adverse experiences.

Keywords: VULNERABILITY - ADVERSITY - RESILIENCE - PSYCHOLOGY SOCIAL - SOCIAL CONFLICTS

Recibido: 01 marzo de 2019

Aceptado: 29 de abril de 2019

Introducción

Los estudios de resiliencia en la actualidad, centran sus propósitos en dos perspectivas centrales; aquellas referidas a las catastrofes sociales y otros referidas a las catastrofes naturales. El presente artículo aborda las concepciones sobre resiliencia que superan las nociones individualistas, ampliando el interés sobre las perspectivas grupales, colectivas y comunitarias. Al respecto estos estudios se ha ampliado, superando los límites de la esfera individual, incorporando temáticas relacionadas con la creatividad, el humor, la resiliencia comunitaria entre otros. Esta ampliación de intereses implicó un distanciamiento del campo biomédico que daba sustento a los modelos de prevención; la resiliencia es asumida por las ciencias sociales y políticas.

Ahora bien, el concepto de resiliencia no puede desligarse de las experiencias de adversidad, comprendida esta última, como toda experiencia humana que implica un desafío, agravio, desestructuración de la subjetividad humana provocada por eventos naturales o humanos que desencadenan situaciones críticas en los sujetos y/o comunidades que la viven.

En muchos casos, los efectos son devastadores, puesto que fenómenos como el terrorismo, las hambrunas, las catástrofes naturales, la pobreza económica y espiritual tienen consecuencias graves en la vida cotidiana de la gente que en muchos casos se traduce en desestructuración individual y colectiva. En este contexto se plantean los marcos investigativos que sobre resiliencia en sujetos individuales y colectivos se han vinculado a experiencias de adversidad, ocasionadas por otros seres humanos en la violación grave de derechos, crímenes de guerra y lesa humanidad. En este sentido se profundiza en una visión genérica que permita reconocer la historia del concepto y su utilización en la psicología en general y en la psicología social; todo ello para aterrizar en una mirada que permita identificar desarrollos conceptuales e investigaciones desde una perspectiva psicosocial en contextos de violencia, particularmente en el contexto colombiano, relacionado con la violencia política y la emergencia de la resistencia de la comunidad como unidad de análisis y sus aportes en un nuevo enfoque de intervención – investigación social.

Resiliencia: aproximación a una definición

La desestructuración individual y colectiva causada por las crisis y los riesgos desencadena situaciones críticas en quienes las viven, implicando desafíos, agravios, desestructuración de subjetividades y efectos devastadores para personas y comunidades.

Según Infante (1997) desde una perspectiva dinámica, la resiliencia “es una respuesta global en la que se ponen en juego los mecanismos de protección, entendiendo por estos no la valencia contraria a los factores de riesgo, sino aquella dinámica que permite al individuo salir fortalecido de la adversidad, en cada situación específica y respetando las características personales” (p 10).Por su parte, para Domínguez de la Ossa & Godín Díaz (2007), los potenciales que posee el ser humano para hacerle frente a las situaciones adversas que se le presenten y salir fortalecido de estas, son definidos como resiliencia. Cabe resaltar que esta no deviene sola, es decir, emerge a partir de varios elementos: sentido del humor, comunicación, creencia en un ser supremo, familia, ayuda mutua, redes de apoyo, características personales, proyección a futuro y muchas más.

Los primeros estudios sobre resiliencia se realizaron en individuos con esquizofrenia, en personas expuestas a estrés y pobreza extrema, que experimentaron tempranamente en sus vidas diversos hechos traumáticos (Cicchetti, 2003). Los trabajos de Garmezy, en la década de los años 40 y 50 se centraron en la historia y el pronóstico de pacientes con severos trastornos mentales, incluyendo la esquizofrenia. Estos trabajos son referentes, puesto que estudiaban competencia, adversidad y resiliencia (Garmezy, 1993). De acuerdo con estas primeras investigaciones la resiliencia se define como una capacidad universal que permite a una persona, grupo o comunidad impedir, disminuir o superar efectos nocivos de adversidad. Esta noción amplía el campo de la resiliencia a grupos humanos: familias, minorías étnicas y comunidades. Sin embargo, tiene un enfoque centrado en lo psicológico y la define más, como capacidad individual, que como proceso de interacción entre lo subjetivo y lo colectivo.

Cyrulnik (2006, 2009) plantea que los elementos que apoyan el proceso resiliente forman un soporte para la persona, facilitando la superación de la situación adversa y el fortalecimiento del sujeto para seguir adelante más allá de lo vivido. Por su parte, Walsh (2004) aporta a lo anterior definiéndola como capacidad para recobrarse, asumiendo y fortaleciendo recursos propios, en un proceso activo con tres aspectos: resistencia, autocorrección y crecimiento, para generar respuestas asertivas. Otras definiciones afirman que es un proceso que surge en el momento en el que cada persona se enfrenta a una adversidad, poniendo en marcha sus habilidades personales y apoyándose en los recursos y personas que lo rodean, de tal manera que puede superar la situación, alcanzando un desarrollo y crecimiento constatables (Puig & Rubio, 2011, p. 54).

Así pues, puede entenderse resiliencia como capacidad construida por seres humanos para superar fenómenos adversos, trascendiendo la responsabilidad individual, incluyendo su carácter social y político, que deviene no sólo de la naturaleza biológica del sujeto, sino que se expresa como manifestación activa implicando reflexión, acción, afrontamiento y resistencia.

Por tanto, las concepciones de resiliencia aquí propuestas no pretenden resolver los debates sobre vulnerabilidad–invulnerabilidad individual, ampliándola como categoría psicosocial, superando dicotomías y retirándola del esencialismo pragmático que discursos y tecnologías sociales construyen comúnmente. La resiliencia, desde nuestro punto de vista, va más allá del debate entre salubristas y prevencionistas. Es una opción por la comprensión sobre la acción humana para resolver la adversidad en la búsqueda de resignificación de la experiencia adversa, crecimiento psicológico y psicosocial.

Algunos autores, lo denominan “crecimiento postraumático”, como capacidad de resistir embates producidos por la adversidad y como potencia emergente, de carácter creativo, que además de sobreponerse, se utiliza para el propio beneficio; logrando transformaciones de condiciones iniciales hacia procesos de mejoramiento de la calidad de vida y relaciones sociales (Tedeschi & Caulhon, 2004; Vera Poseck, 2010; Pérez Sales, Vásquez & Arnoso, 2009; Rimé, Páez, Basabe & Martínez, 2009; Vásquez & Páez, 2010; Taleb, 2014). Esta perspectiva sobre la resiliencia y las prácticas sociales en las que ella emerge nos revisten como fundamental situar una perspectiva amplia en la que revisemos la tensión existente en categorías polarizantes como la patologización de la experiencia adversa y la excesiva atribución al carácter individual de la adversidad.

Tradiciones psicologistas

Desde una perspectiva histórica se plantean tres enfoques de resiliencia: el primero, centrado en perspectivas neurobiológicas, como capacidad de algunos individuos de salir adelante en medio de lo adverso por sus características biológicas y genéticas. Es la concepción dominante, tradicional y más abundante en estudios e investigaciones, enarbolando las categorías afrontamiento psicológico y estrés postraumático. En este sentido, se corre el riesgo de abandonar un lugar holístico y quedarse en la experiencia traumática (Cfr. Feder, Nestler & Charney, 2009; Russo, Murrough, Han, Charney, & Nestler, 2012; Karatsoreos & McEwen, 2013).

En este escenario las posibilidades de recuperación de los sujetos se cristalizan en algunas personas y en otras no. Así, Karatsoreos & McEwen (2013) señalan que el cerebro se encuentra constantemente en adaptación a cambios ambientales, identifica estímulos, integra información, según estados internos e involucra conductas adaptativas y respuestas fisiológicas. Estas y otras aproximaciones se suman a las tendencias que proponen la capacidad de los organismos para recuperarse y adaptarse a cambios en el ambiente. Además, Feder, Nestler & Charney (2009) identifican mecanismos neurales, ambientales, genéticos, epigenéticos para estudiar cambios de funcionamiento que regulan la emoción y el comportamiento social: el concepto de estrés es central como movilizador de eventos, es decir las situaciones en las que los individuos anteponen sus estrategias de afrontamiento. De igual manera en la perspectiva de la vulnerabilidad, el estrés como eje organizador de la respuesta resiliente cobra importancia.

Durante la última década, diferentes investigaciones pretenden haber demostrado e identificado mecanismos neurales y moleculares, que han sido relacionados con la capacidad de recuperación al estrés, propiciando una información causal sobre neuroadaptaciones que contribuyen a la recuperación, demostrando que la capacidad para evitar los cambios de comportamiento perjudiciales está mediada no sólo por la ausencia de anormalidades moleculares, sino también por presencia de distintas adaptaciones que se producen en individuos flexibles, promoviendo la función normal de comportamiento (Russo y cols., 2012). Estas nociones cristalizan la resiliencia como atributo innato del sujeto, alejando la posibilidad de generar procesos dinámicos e interactivos de afrontamiento, recuperación y transformación de fenómenos adversos: coping, hardiness, personalidad resistente, robustez reforzadora de la resistencia al estrés, engloban una mirada que enfatiza la enfermedad sobre la salud (Peñacoba & Moreno, 1998) asociada con una tendencia a percibir potenciales eventos traumáticos y sus efectos, sin tomar en cuenta la mediación de procesos de evaluación del ambiente (Becona, 2006). Esta postura consolida la tesis de individuos vulnerables versus individuos invulnerables, apoyando la versión popular de éxito, muy connotada en la propuesta de sujeto neoliberal; dotados de un teflón protector que nos lleva a las clasificaciones de primeros, segundos y terceros en la escala social.

El segundo enfoque surge a mediados de los noventa y enfatiza en factores que están presentes en aquellos individuos con alto riesgo social que se adaptan positivamente a la sociedad. Se trata de la perspectiva dinámica de resiliencia, resultante de la interacción de factores provenientes de tres niveles: soporte social (yo tengo), habilidades (yo puedo) y fortaleza interna (yo soy y yo estoy) (Grotberg, 2006). Esta perspectiva se respalda en el modelo ecológico – transaccional (Melillo 2004) y el modelo ecológico de Bronfenbrenner (1979); de acuerdo con estos, el individuo se halla inmerso en una ecología determinada por diferentes niveles que interactúan entre sí, ejerciendo una influencia directa en su desarrollo humano. Walsh (2004) señala que la teoría sistémica ha ampliado la idea de adaptación individual insertándola en procesos transaccionales más amplios: familia y sistemas sociales, prestando atención a influencias mutuas que se producen en tales procesos. De acuerdo con ello, la resiliencia se entreteje en una red de relaciones y experiencias en el curso del ciclo vital y entre generaciones. Sin embargo, agrega la autora, la necesidad de entenderla en un contexto social y en el tiempo, hace preciso adoptar una perspectiva ecológica y evolutiva.

De acuerdo con Carrasco (2011), los estudios en salud han priorizado discursos centrados en el riesgo y la vulnerabilidad en torno a la atención; hoy aumenta el interés por la promoción de prácticas en que las que se asume al sujeto y a la comunidad como promotores de su salud y bienestar, a partir de aprendizajes obtenidos en experiencias adversas.

Las investigaciones se centran en temáticas como la recuperación después de los desastres naturales y el trauma, describimos algunas de ellas:

Rajkumar, Premkumar y Tharyan (2008) en relación con el tsunami en Asia, donde se destacan los determinantes de la resistencia, detallando las respuestas de países que se centraron en la capacidad de recuperación: un estilo de afrontamiento centrado en el problema, utilización de apoyos sociales extendidos, vergüenza de mostrar el duelo públicamente, fuertes creencias espirituales y prácticas arraigadas. Sánchez Escalada (2008) y Grynwald (2012) muestran la falta de conocimiento sobre la rehabilitación de personas que sobreviven a traumas políticos, analizando la resiliencia en sobrevivientes del Holocausto, describiendo aspectos de resistencia comunitaria durante y después de la guerra, caracterizando la fuerza construida en ámbitos grupales y familiares en comunidades, escuelas y clubes pertenecientes a la comunidad judía.

Kimhi (2016) presenta un tercer enfoque que revisa la relación entre lo individual y comunitario a partir de la capacidad de recuperación nacional en contextos de conflicto y violencia; evidenciando la existencia de variables demográficas que predicen de manera significativa niveles de resistencia, bienestar individual y éxito frente a posibles eventos traumáticos. Este tipo de investigaciones fortalecen supuestos en torno a variables sociales y contextuales, que se unen a las señaladas por Neil Adger (2000), que incluye la noción de resiliencia ecológica, definida como capacidad de los sistemas para automantenerse frente a la adversidad; enfatizando su relación con la resiliencia social en contextos de dependencia de recursos ecológicos y ambientales para el sustento colectivo. Este señalamiento es reforzado por Ungar (2013), quien plantea cómo la resistencia puede entenderse mediante dos principios: (1) resistencia no es tanto una construcción individual sino una calidad del contexto y su capacidad para facilitar el crecimiento; (2) resiliencia dentro de y entre las poblaciones, se identifica con mecanismos que predicen un crecimiento positivo.

Por su parte Iosa, Lucchese, Burrone, Alvarado y Valencia (2013) señalan que el trauma como impacto biopsicosocial, individual y colectivo; así como condiciones psicobiológicas previas, pertenencia social, cosmovisión individual y grado de desarrollo de la conciencia subjetiva, juegan un papel en la configuración de respuestas y acciones resilientes.

En el caso de América Latina ha sido posible identificar numerosos proyectos aplicables, así como grupos de pensadores que han llegado a elaborar una teoría latinoamericana de la resiliencia, con enfoques más adecuados a esta realidad social y con aportes sustantivos. Otro hecho significativo es que numerosas instituciones (organizaciones no gubernamentales, universidades, ministerios y gobiernos) han incorporado los principios de la resiliencia, ya sea de una manera tácita o explícita. Por tanto, es necesario abordar la recuperación y la superación, antepuesto al trauma y sus síntomas, dejando de anclar la adversidad solo en el padecimiento, para dejar de medicalizar el sufrimiento, puesto que esta mirada psicologista cierra las posibilidades de aprendizaje de la experiencia humana y borra al sujeto político que emerge.

Discusión: Enfoque psicosocial y resiliencia comunitaria en América Latina

En América Latina reina un capitalismo salvaje, que concentra impúdicamente la riqueza en unos pocos y multiplica la extensión de la pobreza. Grotberg (2006) afirma al respecto que, sin caer en la exageración, todas las comunidades latinoamericanas padecieron alguna clase de desastre que puso a prueba su resiliencia en el ámbito colectivo.

Desde 1995, cuando se plantearon por primera vez algunos elementos teóricos de resiliencia comunitaria, se ha analizado este hecho, utilizando herramientas de la epidemiología social, tales como numerosos eventos que afectan a grupos humanos en diferentes latitudes del continente. Cada desastre o catástrofe que una comunidad sufre representa un daño en términos de pérdidas de recursos y de vidas. Hatala, Desjardins y Bombay (2015) señalan que un gran cuerpo de literatura explora trauma histórico o trauma intergeneracional entre las comunidades aborígenes en todo el mundo. Esta literatura conecta formas contemporáneas de la inequidad social del sufrimiento y la salud y los procesos históricos de colonización. Existen un sinnúmero de aspectos vinculados a la emergencia de manifestaciones resilientes, lo que nos sitúa en la discusión de las prácticas sociales que les subyacen.

Sobre esta dimensión, Pantoja (2016) señala que desde un análisis de los procesos de intervención comunitaria desplegados, se enfatiza que el fortalecimiento de su identidad colectiva pasa por un devenir entre su capacidad de acción y la posibilidad de construirse como agentes y, por otro lado, unas condiciones de posibilidad para la agencia que se encuentran determinadas por las relaciones de poder donde se encuentran insertos (p. 59).

Cohen, Leykin, Lahad, Goldberg & Aharonson-Daniel (2013) se suman a la noción de resiliencia comunitaria como un término que describe la capacidad de la comunidad para funcionar en medio de crisis o interrupciones. Para estos autores la resiliencia comunitaria es percibida como un elemento fundamental en la preparación para emergencias y como medio de asegurar la estabilidad social frente a las crisis, incluidos los desastres: esto incluye las experiencias y percepciones del entorno - sus lazos sociales y el sentido de comunidad, además el apego al lugar, la fe, la confianza en los líderes locales elegidos y su capacidad de liderar el cambio, así como detalles demográficos. Por su parte Poortinga (2012) presenta en la construcción de la resiliencia y la salud de la comunidad, diferentes aspectos del entorno social, incluyendo la cohesión de la comunidad, el compromiso cívico, la identidad social, los prejuicios étnicos y religiosos, el voluntariado y la confianza política.

En el contexto latinoamericano las investigaciones se caracterizan por develar el sentido crítico e interpretativo de quienes han padecido eventos adversos. Algunas de estas investigaciones son la de Valdevenito, Loizo y García (2008) que muestra habilidades, y capacidades de los habitantes de San Luis, Argentina, para afrontar la dictadura militar; al momento de la desaparición y los posteriores hechos de violencia contra la población, donde se pusieron a prueba soportes que constituyen pilares fundamentales de resiliencia: habilidades personales, fortaleza emocional, sostén familiar, responsabilidad, y compromiso político-social. Rodríguez, De La Torre y Miranda (2002) analizaron consecuencias, revisando datos epidemiológicos en países latinoamericanos, como Guatemala y africanos como Uganda, utilizando el cuestionario de trauma de Harvard (HTQ), acompañado de entrevistas sobre eventos vitales e historia social. Las conclusiones indican que aprendizajes sobre lecciones del pasado, así como perspectivas para el futuro son elementos claves para resistir la adversidad. Concluyeron además que para la construcción de un plan de salud mental era fundamental diferenciar la intervención psicosocial para trastornos más prevalentes, realizada por personal no especializado, de la atención que debe desarrollarse por psicólogos o psiquiatras; lo cual trae efectos muy positivos para el afrontamiento y la recuperación. Este conjunto de investigaciones nos adentra en la perspectiva comunitaria y psicosocial de la resiliencia y sus fuertes lazos con la vertiente política del concepto; es necesario ampliar nuestra mirada sobre el contexto Colombiano y en particular la emergencia ante la violencia política.

El enfoque de resiliencia en la investigación en torno a la violencia política

El conflicto armado en Colombia ha forjado el contexto social y político del país, configurando diversos tipos de violencia por parte de actores armados que reprimen la población para conseguir objetivos políticos, a través de secuestro, desplazamiento forzado, homicidios, masacres, abuso sexual y desaparición forzada, etc. (Zuluaga, 2014).

De acuerdo con el informe “Basta Ya” (CMH, 2013), el conflicto colombiano es de los más sangrientos de la historia contemporánea en América Latina, causando la muerte de aproximadamente 220.000 personas entre el 1 de enero de 1985 y el 31 de diciembre de 2012. Además de lo anterior se han reportado cerca de 25.000 secuestros entre 1996 y 2008 según la Fundación País Libre (2009) de los cuales el 50% son atribuidos a las guerrillas de las FARC y el ELN.

De esta forma se ha configurado la vida política, social y económica del país dejando heridas profundas que alteran tranquilidad, estabilidad e identidad de sujetos y comunidades. La violencia es perpetrada, en algunos casos, precisamente por quien tiene la responsabilidad social y legal de cuidar a los ciudadanos, preservar la estabilidad y el orden social: el Estado (Penagos, Martinez, & Naranjo, 2008). Cuando esto ocurre en un determinado contexto, se genera un falseamiento en los significados y la fuente de protección se transforma en fuente de terror, en un contexto engañoso; borrándose la distinción entre la (macro) violencia política y la (micro) violencia familiar (Sluzki, 2013).

Por otra parte Arévalo Naranjo (2010) afirma que el contexto en el que se desenvuelve esta violencia implica reconocer que el sufrimiento, el miedo, la impotencia y el horror son utilizados para regular la conducta política de la gente y alcanzar unos intereses concretos; a su vez realiza una diferenciación entre una persona con enfermedad mental y una víctima de violencia política: la primera, enfrenta a “demonios privados” mientras que las víctimas luchan contra un “demonio” que causa daños directos porque el daño viene de afuera y tiene connotaciones sociopolíticas.

Cabe resaltar que es principalmente la población campesina de bajos estratos la que resulta directamente afectada, sin embargo, esta misma población demuestra constantemente que se puede superar el trauma, seguir adelante y encontrar nuevos motivos para continuar con la existencia, a pesar de ese sufrimiento, miedo, angustia y muerte; esta capacidad es conocida como resiliencia, a través de la cual, logran resistir, transformar y forjar cambios ante los hechos violentos: consiguen nuevos lugares de asentamiento, vivienda o trabajo, nuevas formas de configurar familia, continúan con sus vidas a pesar de haber presenciado la muerte y el dolor (López Jaramillo, 2005). En este sentido “la resiliencia opera como dispositivo de supervivencia… precisamente porque exige sobreponerse a las dificultades para lograr ciertos objetivos, a pesar de estar expuesta a situaciones de alto riesgo” (Andrade Salazar, Albarracín Ángel, Giraldo Giraldo, & Rico Ramos, 2012, págs. 198 - 210).

De acuerdo con Villa (2014) cuando familia, barrio, colectivo, sociedad y cultura dan a las víctimas una ocasión de expresarse, compartir ciertas representaciones, producciones artísticas, movilizarse social y políticamente, defender sus puntos de vista, reivindicar sus derechos, se les brinda un precioso factor de resiliencia (Cfr. Cyrulnik, 2006). Lo cual implica mejores formas de afrontamiento y transformaciones subjetivas en varios niveles. La experiencia se resignifica de forma positiva, permitiendo ver posibilidades que se abren.

El enfoque psicosocial de la resiliencia comunitaria en contextos de violencia política precisa la importancia de explorar el trabajo con víctimas y los efectos de la confrontación armada, además de sus formas para resistir, tanto a nivel individual como grupal y colectivo: capacidad de empoderamiento, reconstrucción del propio relato, capacidad de asumir su condición y, a partir de ella, proyectarse y reinventarse a sí mismos a través de procesos de memoria (Latorre, 2010). Jaramillo (2001) afirma que las habilidades comunicativas, el humor como estrategia, entre otros recursos son factores fundamentales para la recuperación.

Para Latorre (2010) junto con Villa (2014) la memoria permite resignificar la vivencia, posibilitando la emergencia de resiliencia, reafirmando que grupo y familia son escenarios propicios para ello; por el apoyo mutuo ofrecido y recibido, reforzando creencias, posibilitando conductas proactivas, superando adversidades. De igual manera, Lira (2012) rescata el valor del grupo en los procesos terapéuticos que implican la construcción del testimonio como acción resistente de memoria y como proceso de recuperación emocional en víctimas de la dictadura chilena. Para Marques, Páez y Serra (1998) y Acevedo (2012) las acciones públicas de memoria, a través de conmemoraciones y testimonios, son acciones resilientes y resistentes, generan una resignificación positiva de la adversidad, operan un reconocimiento de la injusticia del hecho que, en contextos sociales y políticos, puede llevar a transformaciones subjetivas y empoderamiento colectivo.

Otras investigaciones señalan que cuando la gente puede dar testimonio, contar su historia y construir una memoria compartida en espacios de apoyo mutuo, comunitario y solidario, se pueden reconstruir las redes de confianza y solidaridad, y la propia subjetividad, (Andrade, et. al, 2012; Dominguez de la Ossa, 2014; González Viveros, 2004; Zuluaga, 2014; Chica Cortes & Arias Rodríguez, 2008; Hewitt, N, Gantiva, Vera, Cuervo, Hernández, Juárez & Parada, 2014).

En torno a la atención de víctimas de traumas políticos, Sánchez Escalada (2008) señala que existe una falta de conocimientos sobre resiliencia en el desarrollo de procesos de rehabilitación para las mismas. En este contexto, para algunos investigadores, cuando la situación es definida desde una clasificación patológica o jurídica (Das, 2008) o cuando se enmarcan en el TEPT ( trastorno de estrés postraumatico ) (Summerfield, 2000, 2001, 2002; Lykes 2001a,b; Lykes & Mersky, 2006; Clancy & Hamber, 2008), cierran posibilidades para la comprensión y la transformación de esta realidad, puesto que no pasa solamente por el nivel emocional e individual, sino que toca elementos sociales, políticos y económicos que implican también procesos de afrontamiento, resiliencia y resistencia que terminan siendo desconocidos y borrados, cuando este sufrimiento es simplificado en la categoría “enfermedad” (Villa, 2014).

De allí que Sousa, Haj-Yahia Feldman & Lee (2013) hayan documentado una relación entre violencia política y funcionamiento de individuos y comunidades, sugiriendo una notable fortaleza y resistencia en estos, a partir de recursos internos como: esperanza, optimismo, determinación y convicciones religiosas, junto con la conexión entre sujetos y comunidad, participación en el trabajo, la escuela o la acción política- Aisenberg y Herrenkoh (2014) establecen predictores de violencia en la comunidad, salud mental y consecuencias de comportamiento para niños y familias afectadas negativamente por la violencia. Así la investigación sobre violencia política y resiliencia se ha centrado cada vez más en las comunidades como unidad de análisis.

De allí que Pedersen, Kienzler & Guzder (2015) planteen que en las sociedades devastadas por la guerra y posconflicto los tratamientos psicoterapéuticos más utilizados en la atención médica y humanitaria sean intervenciones psicosociales en el ámbito de salud mental con poblaciones civiles para fortalecer sus procesos resilientes. Conclusión que está en consonancia con Martín Beristain y Rieira (1994) quienes recomiendan grupos de apoyo mutuo, a partir de la formación de líderes y lideresas, como una forma de resistencia, afrontamiento activo, soporte emocional y fortalecimiento de la cohesión social. En Guatemala, el grupo de apoyo mutuo (GAM, 2010) y el Equipo de estudios comunitarios y acción psicosocial (ECAP, 2006)) y en El Salvador el grupo “Dignas” también desarrollaron múltiples experiencias de apoyo integral a las víctimas, con apoyo psicosocial y jurídico, en una perspectiva de dignificación y reconstrucción de tejido social (Cfr. Villa, 2014).

Se suman también las arpilleras en Chile (Lira, 1998) y las tejedoras de Mampuján y Sonsón, en Colombia (CMH, 2013, 2015) como experiencias de encuentro entre las mujeres para reconstruir la historia en espacios de apoyo mutuo y recuperación emocional, generando mejor bienestar en su salud mental. De igual manera, diversas investigaciones dan cuenta del proceso de Khulumani (palabra que en idioma Zulu significa: expresarse, sacar fuera por la palabra), (Hamber, et al. 2000; Hamber, 2003; Lykes, Blanche & Hamber, 2003; Hayner, 2008ª, Hamber, 2011) como experiencia significativa de apoyo mutuo, contención emocional, a partir de la narración de la historia que tuvo efectos significativos en la población y fue complementario a los procesos de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica. De nuevo, en Guatemala pueden identificarse procesos como el proyecto “Espera” (Hanscom, 2001), o el colectivo “Actoras de Cambio”, mujeres víctimas de abuso sexual (Fulchiron, 2011) que formaron mujeres indígenas mayas, como promotoras de salud mental realizando grupos de apoyo, reconociendo historias de vida, validando reacciones emocionales, fortaleciendo mecanismos de afrontamiento y comprendiendo el daño que hace la represión, en ambas experiencias se pudo comprobar cómo muchos de los síntomas y reacciones habían mejorado ostensiblemente por la realización de este proyecto.

Lykes (2001) reporta dos trabajos en esta línea, también en Guatemala: el primero el proceso de apoyo mutuo de mujeres de comunidades ixil, a través del contarse historias de su experiencia en el conflicto armado con fotografías. Veena Das (2008) también piensa que este tipo de escenarios son fundamentales y observa que en sociedades tradicionales como las de la India, son formas que desde la cotidianidad permiten a las víctimas transformar su sufrimiento y vivir dignamente (Cfr. Villa, 2014).

De acuerdo con Villa (2014) y Villa, Londoño, Gallego, Arango y Rosso (2016), en esta misma línea, en Colombia se han desarrollados dos proyectos significativos con víctimas de violencia en territorios de fuerte incidencia del conflicto armado: se han formado personas de comunidades para realizar acompañamiento y apoyo para lograr contención, crear espacios de confianza, superación, resiliencia y resistencia. El primer trabajo, realizado por la corporación AVRE (2010), formó a terapeutas populares y multiplicadores psicosociales con la pretensión de:

contribuir en la disminución del sufrimiento emocional de las víctimas, familias, grupos de la comunidad y organizaciones acompañantes, a través de acciones de prevención y apoyo especializado en salud mental, desde un enfoque diferencial de género, identidad cultural y étnica en la atención terapéutica a nivel individual, familiar y colectivo, con el fin de incidir en procesos de recuperación integral”. En este mismo sentido esta corporación acaba de producir un manual para trabajar con mujeres víctimas de violencia sexual y víctimas de tortura en el marco del conflicto armado (AVRE, 2010; Mazzoldi, 2011).

El segundo trabajo realizado por tres instituciones: CONCIUDADANIA, la Asociación de Mujeres del Oriente Antioqueño (AMOR) y el Programa por la Paz – CINEP formó a mujeres de la comunidad en cuatro regiones del país: Oriente Antioqueño, Magdalena Medio, Sur de Córdoba y dos organizaciones de víctimas de la ciudad de Medellín (Ramírez, Londoño, Montoya & Villa, 2007). Este trabajo ha sido investigado por Villa (2014) evidenciando de qué manera la metodología de grupos de apoyo mutuo, implicó la recuperación emocional, la recuperación de las creencias y el sentido de vida, la restauración de la dignidad y reconstrucción de tejido social, una mejor integración y cohesión social y la emergencia de un proceso de organización de víctimas con el objetivo de resistir los embates del conflicto armado y reclamar sus derechos a la verdad, la justicia y la reparación. El tercer trabajo, (Villa, et al. 2016) con metodologías similares posibilitó la recuperación de cerca de 800 víctimas, demostrando nuevamente que el apoyo mutuo favorece resistencia y resiliencia de personas, para transformaciones subjetivas y favorecer procesos de reparación y rehabilitación a víctimas. En todos estos procesos los sobrevivientes reconstruyeron confianza y fortalecieron colectivos; por tanto, cada miembro se convertía en un “tutor de resiliencia” (Cyrulnik, 2009), que afronta con entereza y se sobrepone a la adversidad. La comunidad misma gestiona su recuperación y transformación.

Conclusiones: La resistencia de la comunidad como unidad de análisis

Esta revisión sobre resiliencia, como categoría psicosocial, señala una posición activa de los sujetos en interacción con su contexto sociocultural, quienes a su vez se relacionan de forma dinámica con las expresiones del desarrollo social, asumido como expresión de bienestar, y mejoramiento de la calidad de vida de sujetos y colectivos. En este sentido pasamos de un lugar pasivo y una visión de la resiliencia como “capacidad” de soportar la adversidad (especialmente cuando esta es consecuencia de relaciones de dominación, exclusión, injusticia y violencia, es decir, como algo no natural, sino fruto de procesos sociohistóricos generados por otros seres humanos), para avanzar hacia una visión que posibilita acción, movimiento y vinculación activa de los sujetos en procesos que tratan de revertir esta lógica de adversidad, oponiéndose, confrontando, transformando, actuando y generando nuevas condiciones vitales, lo cual nos acerca al concepto de resistencia.

La importancia de los hallazgos teóricos e investigativos radica en el hecho de considerar que los atributos individuales por sí solos no son constitutivos de una manifestación de resiliencia; aunque son dispositivos importantes para favorecer el equilibrio de los sistemas, se pierden si no interactuaran de forma recursiva con el contexto; es decir, las características personales no son causa, sino que construyen situaciones de vida, a la vez que son construidas por dichas circunstancias. La emergencia de este enfoque plantea que, tanto personas, como comunidades y familias, tienen condiciones para salir adelante, capacidad de desarrollarse y alcanzar niveles aceptables de salud y bienestar.

Desde una perspectiva psicosocial se construye un marco comprensivo y político, que da paso a propuestas colectivas de intervención en ciencias sociales, reivindicando un lugar sociopolítico de la acción, reparador y transformador, que aumenta la capacidad para sobreponerse y reconstruir proyectos y sentidos de vida, además de reconfigurar el tejido social. Esto supone ir más allá de miradas centradas en el dolor, sufrimiento, rupturas y patologías, para subrayar procesos de recuperación y superación, que emergen en diversas situaciones y permiten transformar realidades profundamente adversas, dando lugar a un sujeto social activo.

Las categorías teóricas vinculadas a la recuperación y al afrontamiento frente a la adversidad son relativamente recientes en las investigaciones psicosociales, ya que la consideración de los sujetos como activos frente a su propio destino, y la inserción de la noción de incertidumbre como parte de la realidad contemporánea son de igual manera recientes en las investigaciones e intervenciones en ciencias sociales. La revisión realizada en torno a la producción investigativa en los contextos de violencia política y conflicto armado, en nuestro país, anteponen la emergencia de habilidades y capacidades tanto individuales como colectivas, para hacer frente a las dificultades y superarlas. La población que ha sido afectada por la violencia utiliza prácticas sociales para darle un nuevo significado a la situación vivida y así poder superarla; lo hacen utilizando estrategias como redes de apoyo, creencias religiosas, la unión familiar, procesos organizativos, acciones de memoria, apoyo mutuo, recursos culturales, capacidades personales, el sentido del humor, la comunicación, entre otros; las mismas posibilitan el desarrollo de nuevas habilidades para afrontar, confrontar y enfrentar las situaciones adversas y los actores que la han generado.

El sujeto social recupera su lugar político en la posibilidad de un ejercicio activo de las acciones de resistencia, tales como movilización social, narración, la resignificación de la memoria, entre otras. Esta dimensión política es fundamental en la resignificación de los recursos y potencialidades de los sujetos alrededor de la participación ciudadana: el sujeto político que emerge de la adversidad recupera la posibilidad de agenciamiento, otorga nuevos sentidos a la crisis y desarrolla herramientas movilizadoras del poder sociopolítico.

Desde una mirada psicosocial, un enfoque centrado en la resiliencia comunitaria, va más allá del abordaje clínico medicalizante y patologizante, la gente no se siente designada desde la “anormalidad”. Aquí la comunidad se constituye en fuente de transformación de la experiencia adversa, sirve de apoyo para la contención emocional, la construcción de cohesión social y el fortalecimiento subjetivo, la dignificación de los seres queridos y la reconstrucción de un colectivo, un grupo social donde los proyectos de vida cobran nuevo vigor.

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* Decana Nacional de Ciencias Humanas y Sociales, Universidad Cooperativa de Colombia. Sede Medellín. Correo electrónico: nayib.carrasco@ucc.edu.co

** Docente investigador. Facultad de Psicología. Universidad de San Buenaventura.

Correo electrónico: juan.villag@upb.edu.co