Del final de la filosofía al imperio del discurso científico,
un aporte desde el pensamiento de Martin Heidegger
David Mayo-Sánchez*
La ciencia aparece así como un conjunto de proposiciones que mantienen entre sí determinadas relaciones lógicas, cuyo análisis constituye la tarea del filósofo. Miguel Ángel Quintanilla, Ideología y ciencia.
El presente ensayo trata acerca de la propuesta filosófica heideggeriana que busca advertir acerca de las causas (filosóficas) que han propiciado la instauración de la ciencia como el discurso único, dominante, universalizado y, suplantador a su vez, de la filosofía en su saber propio, esto desde su tesis sobre “el final de la filosofía”.
Palabras clave: FILOSOFÍA – CIENCIA - ÉPOCA MODERNA - DISCURSO CIENTÍFICO.
* Licenciado en Filosofía. Con estudios en la Universidad Nacional y en la Universidad Autónoma de Centro América y profesor de esta última.
This paper discusses Heidegger’s philosophical proposal that seeks to warn about the causes (philosophical) which led to the establishment of science as unique, dominant, universalized discourse, and at the same time as replacement of philosophy in his own knowledge, as from his thesis on “the end of philosophy.”
Key words: PHILOSOPHY – SCIENCE - MODERN AGE- SCIENTIFIC DISCOURSE.
Recibido: 6 de enero de 2014
Aceptado: 18 de febrero de 2014
El final de la Filosofía ha sido anunciado por Martin Heidegger como el resultado de lo que la historia de la Metafísica occidental ―siendo la filosofía metafísica, afirma Heidegger― ha hecho con el ser, esto es, lo ha olvidado, en otras palabras, no ha pensado al ser en sí mismo, sino que lo ha pensado como ente y esto ha dado lugar al acabamiento total del pensar metafísico; acabamiento que fue iniciado con Platón al pensar-objetivar al ser como Idea, es decir, como el ente supremo soporte del mundo sensible y, a su vez, concretado definitivamente con el nihilismo de Nietzsche, el cual invierte el platonismo suprimiendo todo valor suprasensiblemetafísico que trataba de dar sentido al mundo físico. El mundo aparente de Platón es para Nietzsche la única realidad, misma que es configurada por el hombre en su afán de proyectarse y movido por la Voluntad de poder que tiene como intención siempre un querer más, y remitido conjuntamente a la inmanencia radical. Heidegger sostiene que la historia del ser en occidente —desde Platón hasta Nietzsche— se ha convertido en el olvido del ser, y esto se constituye en el fin del modo de pensar filosófico, propiamente como dador del sentido del ser y, consecuentemente de esto, acontece el surgimiento de otro saber que se posiciona en su lugar, este es, la ciencia.
De la filosofía —metafísica—, sostiene Heidegger, en su intento histórico por pensar al ente en su totalidad, es decir, del esfuerzo por hacer inteligible en su totalidad el carácter problemático de la realidad, surge inevitablemente la pregunta fundamental por la verdad del ser del ente; esta es, según el filósofo alemán, una labor propiamente filosófica, más aún, es la tarea irrenunciable y exclusiva de la filosofía —pensar al ser del ente—. La ciencia — afirma Heidegger— es conocimiento positivo, es decir, dirigido al ente; junto con ello, dirigido necesariamente a un determinado ámbito del ente. Pero la filosofía no es ninguna de esas dos cosas, no se dirige al ente sino al ser. Heidegger dice también que «El preguntar es la devoción del pensar». El pensar es preguntar y permanecer en camino; renunciar a preguntar es renunciar a filosofar. Así, pues, el pensar al ser —labor ya de por sí compleja para la filosofía— estaría en manos de la filosofía, y eso es lo que desde la antigüedad hasta la modernidad los filósofos han tratado de hacer y, que en estos últimos tiempos ha llegado a su límite, a su acabamiento, esto sería, según Heidegger, un devenir necesario, inevitable de la filosofía, que desde la historia del olvido de ser no ha podido cumplir con su función propia, la de dilucidar la verdad del ser del ente. Este escenario representaría, afirma Heidegger, la pura y simple desintegración de la Filosofía, dando lugar esto a la pérdida de la esencia del pensar filosófico, al descrédito y caducidad de las pretensiones universales de los grandes sistemas metafísicos de occidente y, por tanto, a la fragmentariedad como tendencia y constante filosófica, a la muerte de la filosofía misma; así advierte Jacques Derrida, acerca de los tiempos actuales: los temas del fin de la historia y de la muerte de la filosofía no aparecen sino bajo las formas más globales, masivas y concentradas.
Así, el final “final de la filosofía” se constituye en el acontecer de los elementos histórico-filosóficos que han propiciado el cese de la manera específica de pensar de la filosofía. De igual forma la desintegración de la filosofía encarna el consiguiente surgimientoformación de la ciencia misma que se posiciona como el saber preeminente. Heidegger afirma que el carácter científico-técnico o cibernético del mundo contemporáneo ha desplazado a la filosofía en el intento de exponer las “Ontologías de las correspondientes regiones del ente”, y ha atribuido una función cibernética a las categorías y conceptos de tipo ontológico, dando como resultado el triunfo de las ciencias tecnificadas y particulares, y, como consecuencia, el desplazamiento de la filosofía en su función propia.
Desde estas instancias, el filósofo de Friburgo asegura que la historia de la filosofía concluye con la apropiación del mundo (lo fáctico, que es la única realidad) por parte del hombre y sus producciones. Esto es debido, reitera nuestro filósofo, a la posición de abandono en la que ha quedado el ser en el pensamiento occidental. Con ello, la hegemonía en el mundo “postfilosófico”, recae en la sobrevaloración de lo ostensible, en el consumo y producción del ente ―incluido el hombre mismo― por parte del hombre, afirma Heidegger y, que tiene como propósito primario el asegurarse a sí mismo, su propia presencia, en una existencia vacía, carente del claro (Lichtung) que hace posible la presencia de lo presente, el sentido del ente en su totalidad. Queda confirmado con estas palabras:
…el vacío del estado de abandono del ser, en el seno del cual el consumo del ente para el hacer de la técnica, a la que pertenece también la cultura, es la única salida en la cual el hombre obsesionado en sí mismo puede salvar aún la subjetividad…
A este mismo respecto también escribe en El final de la filosofía y la tarea del pensar:
La Filosofía se transforma en ciencia empírica del hombre, de todo lo que puede convertirse para él en objeto experimentable de su técnica, gracias a la cual se instala en el mundo, elaborándole según diversas formas de actuar y crear. En todas partes, esto se realiza sobre la base, según el patrón de la explotación científica de cada una de las regiones del ente.
Para Heidegger la ciencia ha tomado el lugar de la filosofía en cuanto a su labor de explicar la realidad en su diversidad entitativa, y con esto, inevitablemente, busca afirmar la verdad del sentido del ser, esto por su evidente raíz filosófica; pero la ciencia en su intento de explicación lo ha reducido a simple concepto, a representación general, lo que significa un cambio en la comprensión misma del ser. Así lo afirma Heidegger: El cambio en la comprensión del ser se les presenta más bien en esa forma que tienen todas las representaciones científicas, a saber, como delimitar conceptos (como un circunscribir conceptos).
Y continúa:
Mientras tanto, las ciencias hablan cada vez más del Ser del ente, al suponer necesariamente su campo categorial. Sólo que no lo dicen. Pueden negar su origen filosófico, pero no eliminarlo: en la cientificidad de las ciencias consta siempre su partida de nacimiento en la Filosofía.
Heidegger afirma categóricamente una diferencia muy clara entre ciencia y filosofía, no por cuanto la filosofía no posea un carácter metódico o normativo, dando lugar esto a la acientificidad, afirma el filósofo, sino más bien por una cuestión cualitativa, a saber, que la filosofía supera en calidad a la ciencia, ya que la filosofía en su filosofar abarca lo que la ciencia por defecto no puede abarcar. Heidegger asevera sin reservas “La Filosofía es Metafísica”, cuya labor es fundamentar al ente en su totalidad ―mundo, hombre, Dios―. De igual forma, la ciencia es para Heidegger investigación ―y esta a su vez, remitida a empresa con miras a un proyecto―, esto es, que la ciencia se queda en la esfera del ente, al cual llega con exactitud matemática, con rigor y, con ella determina el conocimiento adecuado del objeto. Así, cada ciencia se ocupa de determinado campo de la realidad, investigándolo en su particularidad y, esto es parte de su esencia como saber especializado. Así lo plantea Heidegger en La época de la imagen del mundo:
La ciencia moderna se basa y al mismo tiempo se especializa en proyectar determinados sectores de objetos. Estos proyectos se despliegan en los correspondientes métodos asegurados gracias al rigor. El método correspondiente en cada caso se organiza en la empresa. El proyecto y el rigor, el método y la empresa, al plantearse constantes exigencias recíprocas, conforman la esencia de la ciencia moderna y la convierten en investigación.
Juntamente con ello, Heidegger ratifica que toda ciencia es conocimiento y todo conocimiento implica un objeto. Este conocimiento ―específico, particular para cada ciencia―, está basado en “conceptos últimos, principios básicos y axiomas”, que son los que constituyen a la ciencia como tal, esto por razón de que es a partir de estas leyes normativas o primeros principios fundamentales (axiomas) del conocimiento que la ciencia puede explicar los hechos de su determinado objeto de estudio. Aquí, Heidegger coloca a la filosofía como ciencia originaria, que se ocupa del origen y sentido del conocimiento en general, esto desde los axiomas que lo hacen posible, posibilitando asimismo, la indagación científica particular. Según Heidegger el quehacer de la filosofía consiste en fundamentar y validar estos axiomas, mismos que no proceden de la experiencia empírica (de los hechos), ya que son los mismos axiomas los que hacen posible su comprensión, de modo que tampoco proceden de las ciencias particulares. Es así como la filosofía desde su indagación hacia la universalidad, ―esto a partir del método crítico-teleológico como lo llama Heidegger―, en contraposición con la ciencia empíricaparticular, extrae principios que posibilitan la apropiación intelectual-universal de la realidad ―necesaria de por sí―, y por consiguiente, la empírico-particular, dando lugar esto, según el filósofo alemán, al develamiento y consecuente validación de los principios fundamentales (axiomas) del conocimiento científico, los cuales tienen como origen y fin la verdad (αληθεια), que es el objeto propio del pensamiento mismo. Así afirma Heidegger:
El carácter de las leyes normativas y de su validez normativa tiene que ser descubierto y establecido siguiendo un método distinto al de la ciencia natural. Su naturaleza y validez se determinan a partir de la verdad como el fin último del pensamiento. Teniendo a la vista este fin último -la validez universal- las normas se seleccionan de acuerdo con unos requerimientos preestablecidos. Las normas son necesarias teniendo en cuenta la finalidad de la verdad. La selección de las normas se realiza con la mirada puesta en el fin. El método apropiado para identificar y establecer las normas es el método teleológico, también llamado método crítico. Este método no se puede comparar de ninguna manera con los métodos de las ciencias particulares, que sólo tratan de fijar y explicar los hechos. Funda un tipo de ciencia del todo nueva y fundamental. Con este método comienza la filosofía.
De esta manera, la filosofía como ciencia originaria o ciencia del ser universal y, que tiene como fin la fundamentación de todo conocimiento, esto a partir de la validez universal de sus principios, se sitúa como saber normativo-veritativo, esto es, la verdad constituida como el fin de tal pensamiento universal. Así apunta Heidegger: La verdad como valor absolutamente válido es la norma directiva implícita en el método mismo.
Esta misma tesis que anuncia a la filosofía como ciencia originaria, Heidegger la confirma en su curso Introducción a la filosofía, dictado en 1928, en el cual inicia preguntándose acerca del significado de la filosofía, y para ello formula la pregunta: ¿es la filosofía una ciencia? Ya que, continúa Heidegger, la es ciencia uno de los poderes que determinan a la Universidad como tal, por ello, la filosofía debería ser tomada como una ciencia entre otras ciencias, o definirse a partir del concepto de ciencia. A esto, el filósofo alemán, afirma, “la filosofía no es una ciencia”, y esto no quiere decir, aclara Heidegger, que la filosofía esté en contra de las normas y métodos de la ciencia, sino que la filosofía no puede ser reducida o no se puede derivar de lo que se conoce como ciencia, ya que aquella no salió de esta, sino al contrario y, no por ello es la protociencia (la primer ciencia de todas las ciencias), sino más bien, la filosofía, es el conocimiento o filosofar, que da origen y supera a la ciencia como saber particular, positivo. De modo que siendo la filosofía filosofar ―y que posteriormente da lugar al saber científico―, lo que para Heidegger significa el preguntarse por el ser mismo, esto con el fin de encontrar su compresión y sentido, así se coloca a la filosofía en un plano superior que al de la ciencia. En palabras de Heidegger:
…el filosofar no solo se distingue simplemente de la ciencia, sino que hay más: lo que posibilita la esencia de la ciencia, es decir, positividad, es algo que radica en un trascender, y eso como tal (es decir, el trascender como tal) es filosofar. En el trascender, la filosofía tiene original y expresamente aquello que a la ciencia solamente le conviene o adviene en un aspecto, y, por cierto, de suerte que la ciencia no puede apoderarse de aquello (no puede dominar aquello) que sostiene a su (de la ciencia) esencia.
Señalado el devenir histórico-filosófico, las diferencias y las relaciones entre ciencia y filosofía, el pensador alemán avanza, y concluye que la esencia de la Edad Moderna reside en la ciencia en tanto que investigación, que a su vez, en su intento de explicar o dar conocimiento acerca del mundo en su totalidad, presenta al ente en su totalidad como “imagen de mundo”, esto es, una representación (Bild) situada frente al hombre, siendo él mismo su productor. Con ello, continua Heidegger, el ser de lo ente se constituye en la representación de lo ente, en otras palabras, la totalidad de lo real es objetivable a partir de la cuantificación, lo que significaría la absorción del ser en lo puramente empírico. Esta situación moderna ratifica la inevitable tarea de pensar la totalidad del ente en su sentido último, tarea misma que ha sido asumida por las ciencias en su despliegue de la filosofía. Por ello mismo la ciencia se ha instalado, siguiendo a Heidegger, en el discurso dominante de la modernidad, en el que el mundo es presentado como imagen, “como calculo, como planificación y la corrección de todas las cosas” y, esto por parte del hombre, convertido en ordenador y dominador de la totalidad de lo existente. Así lo presenta el filósofo alemán:
El fenómeno fundamental de la Edad Moderna es la conquista del mundo como imagen. La palabra imagen significa ahora la configuración de la producción representadora. En ella el hombre lucha por alcanzar la posición en que puede llegar a ser aquel ente que da la medida a todo ente y pone todas las normas.
De esta manera, la interpretación heideggeriana de la Modernidad desde la historia del ser, sitúa a la ciencia ―y en consecuencia la técnica― como determinante para el mundo moderno y, en el cual, sostiene Heidegger, se ha iniciado una nueva etapa para la humanidad, una etapa en donde el mundo en su totalidad, las sociedades, la vida humana, la realidad circundante, son delimitados, condicionados por lo científico-técnico, que al mismo tiempo se universaliza por sus propios medios-productos, lo que da lugar a su rápida propagación-implantación en toda cultura, esto significa, la imposición de un discurso único o, en otros términos, la “globalización” del discurso científico; lo que confirmaría su imperio como paradigma del saber. En palabras de Heidegger:
Aquello de lo que el hombre antes no se enteraba más que pasados unos años, o no se enteraba nunca, lo sabe ahora… en una abrir y cerrar de ojos. […] Deja atrás las más largas distancias y, de este modo, pone ante sí, a una distancia mínima, la totalidad de las cosas.
A esto mismo Heidegger añade:
El final de la Filosofía se muestra como el triunfo de la instalación manipulable de un mundo científico-técnico, y del orden social en consonancia con él. «Final» de la Filosofía quiere decir: comienzo de la civilización mundial fundada en el pensamiento europeo-occidental.
Y concluye Heidegger, a propósito del imperio de la ciencia y de su forma tecnificada, propiamente en esta época en la que la difusión acelerada del saber y aplicación científica pasa a ser una aliada del acrecentamiento del poderío de tal discurso. Así dice:
…en el ámbito del mundo occidental y en la época de su historia acontecida, la ciencia ha desplegado un poder como hasta ahora nunca se ha podido encontrar en la tierra, y finalmente está extendiendo este poder sobre todo el globo.
Ante esta realidad, avisada por Heidegger, el filósofo y físico contemporáneo Evandro Agazzi afirma:
Es una constatación obvia que, en el seno de la cultura contemporánea, la ciencia ha llegado a ser el paradigma del saber: esto se advierte fácilmente si se considera que hoy día, en un ámbito dado de investigación, la calificación de «cientificidad» no viene ya asignada en base a sus contenidos (como cuando se circunscribía la esfera de las ciencias a las llamadas disciplinas «matemáticas, físicas, y naturales»), sino en base al modo en que estos contenidos son investigados y tratados.
Junto con este surgimiento y posicionamiento de la ciencia, Heidegger resalta ―a propósito de la limitación y crisis de la ciencia actual―, la dificultad de la ciencia para abarcar lo que está fuera de su alcance, como es el caso de la falta de fundamentos o principios propios, en otras palabras, conceptos fundamentales primeros ―propios de la filosofía―, necesarios para dar razón de su misma esencia como saber particular, de su objeto de estudio y, por consiguiente, de sus alcances y de sus condicionamientos; de ahí las extrapolaciones que la misma ciencia comete. Y concluye Heidegger:
Y así sucede que las ciencias y sus representantes apelan, por un lado, a hechos y métodos asegurados ―una tozudez que se atrinchera tras el cúmulo de resultados― y, por otro, recurren con demasiada celeridad a conceptos e ideas filosóficas tomados en préstamo de cualquier sitio y traídos desde fuera a la ciencia de que se trate. En la crisis de la ciencia, las ciencias y sus representantes se ven así atraídos y llevados entre esa anquilosada tozudez y el carácter más bien delirante de un estado de ánimo ávido de innovaciones, y de este modo no parecen moverse de donde están. Y así, hay que confesar que estás crisis de fundamentos ni se las aborda en serio ni se las entiende, que esas crisis lo único que muestran es cuán lejos están las ciencias, pese a todos sus progresos y todos sus resultados, incluso de una mera compresión de la crisis como tal, es decir, cuán lejos están de tener siquiera una idea de la esencia de la ciencia, de la esencia de lo que ellas son[1].
Ante esta situación de sustracción conceptual por parte de la ciencia, Heidegger confirma que la ciencia como tal también se presenta como producto, es decir, como el resultado final de un proceso metodológico (observación, experimentación, prueba, análisis, etc.) que busca ordenar todos los enunciados y consideraciones provenientes de dicho proceso cognoscitivoinvestigativo; un proceso que para hacerse inteligible tiene que convertirse en una unidad lógica coherente ―en conocimiento racional―, en una estructura conceptual-teórica, cuyo fin sería el de describir e interpretar la realidad. Se trata de lo que constituye el conocimiento científico expresado en forma discursiva. Así afirma Heidegger:
Las ciencias se mueven en determinados enunciados, proposiciones y conceptos, y estos vienen determinados en su totalidad por principios, es decir, por proposiciones fundamentales, y por conceptos básicos o conceptos fundamentales […] La ciencia está impresa en artículos y libros.
Este producto plasmado en literatura ―el discurso científico― colocaría a la ciencia en un ámbito propio de la manipulación puramente especulativa, en el cual los intereses, ya no científicos, se impondrían a la hora de presentar el producto discursivo del conocimiento científico. Aquí, Heidegger señala que la crisis de la ciencia responde fundamentalmente a un manejo de conceptos y enunciados, los cuales provienen de ideas sacadas de la filosofía, lo cual no correspondería con un resultado ajustado a las exigencias del método científico, cuya función sería dar conocimiento objetivo y verdadero de la realidad indagada.
Ante esto, Heidegger reafirma la separación y, podríamos decir incluso, jerarquización que se da entre ciencia y filosofía, situando ―como ya hemos mencionamos― a la ciencia en una dimensión diferente y al mismo tiempo dependiente de lo que la filosofía piensa, interroga, señala y desoculta de lo que le está presente de modo inmediato o no; por esto mismo, declara Heidegger una sentencia resonante: “La ciencia no piensa”, lo que quiere decir que la ciencia sólo presenta, demuestra, calcula o articula sus objetos delimitándolos, esto a partir, observa Heidegger de “deducir proposiciones sobre un estado de cosas desde presupuestos adecuados y por medio de una cadena de conclusiones” y, por esta razón, continúa Heidegger, se da una abismo entre la ciencia y el pensar, ya que aquella no considera lo que se necesita pensar o, en términos heideggerianos, “lo que da que pensar”, que en último término remite nuevamente a la pregunta por el ser del ente que pregunta. Así ejemplifica Heidegger:
Por ejemplo: la física se mueve en el espacio y el tiempo y el movimiento. La ciencia en tanto ciencia no puede decidir en cuanto a qué es el movimiento, el espacio, el tiempo. La ciencia por lo tanto no piensa, no puede siquiera pensar en este sentido con sus métodos. No puedo decir por ejemplo, con los métodos de la física aquello que la física es. Lo que es la física solamente puedo pensarlo a la manera de una interrogación filosófica. La frase: la ciencia no piensa, no es un reproche, sino que es una simple constatación de la estructura interna de la ciencia: es propio de su esencia el que, por una parte, ella dependa de lo que la filosofía piensa, pero que, por otra parte, ella misma lo olvida y descuida lo que exige ser pensado ahí.
Estas tesis heideggerianas encuentran actualmente su confirmación con un caso muy notable de discurso científico influyente para el ámbito científico y filosófico a nivel mundial, como lo es el del físico teórico de Cambridge, Stephen Hawking, el cual hace eco de las palabras ya dichas por Heidegger. Hawking afirma en su libro El gran diseño: “la filosofía ha muerto”, argumentando que la filosofía y, por tanto, los filósofos ya no pueden decir nada en relación a las clásicas preguntas que propiciaron el origen del filosofar y de la ciencia misma, como por ejemplo: ¿Cuál es el origen del Universo? ¿Cuál es la naturaleza de la realidad? ¿Cuál es el sentido último de la totalidad de lo real? Y en última instancia ¿Qué es el ser? Esto es así, sostiene Hawking, precisamente por el distanciamiento de la filosofía de los “desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física”. De igual manera, Hawking asegura que esa labor ―filosófica― ahora está en manos de los científicos, los cuales, continúa Hawking, “se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimiento”. Con ello, Hawking coloca en una posición superior y dominante al discurso científico, no tanto a la ciencia como tal, en sus procesos metodológicos de investigación, sino a la ciencia como producto, como construcciones teóricoconceptuales y, su consiguiente divulgación y, con ello mismo, a los divulgadores de tal saber.
Creemos que las afirmaciones del físico de Cambridge contenidas en su obra El gran diseño, presentan algunas inconsistencias filosóficas, ya antes denunciadas desde el pensamiento de Heidegger, puntualmente en cuanto al posicionamiento de la ciencia en cuestiones puramente filosóficas, las cuales si se abordan desde una perspectiva netamente científico-positiva darían lugar a extrapolaciones de conocimiento y abusos lingüísticos, situación que provocaría un discurso científico no objetivo, no neutral y, en último término, no científico, posiblemente mediado por una ideología de fondo que buscaría demostrar algo que no está en cuestión, dando lugar esto a un cientificismo reduccionista, mismo que no tendría la intención de dar conocimiento, sino más bien de aplicar control epistemológico o imposición ideológica.
Ante estos argumentos, observamos algunos enunciados del texto ya mencionado del físico inglés, en los que trata de dar respuesta a una serie de preguntas puramente filosóficas ya formuladas por filósofos. Por ejemplo el caso de la pregunta ya formulada por los alemanes G. W. Leibniz y el mismo Heidegger: ¿Por qué hay ente y no más bien nada? A esto Hawking afirma:
Como hay una ley de la gravedad, el universo puede ser y será creado de la nada en la manera descrita en el capítulo 6. La creación espontánea es la razón por la cual existe el universo. […] Por eso hay algo en lugar de nada, por eso existimos.
Evidentemente, vemos en estas afirmaciones decisivas implicaciones filosóficas; por ejemplo, hablar del origen del algo (el universo) a partir de la nada o no-ser absoluto más propiamente, y, teniendo como causa eficiente ―en términos aristotélicos― elementos físicos (las leyes físicas del mismo universo), da lugar a inconsistencias lógicas, pero fundamentalmente metafísicas, dado que el pasar de la nada al ser no es un movimiento físico como el cambio de un estado a otro o una transformación natural, sino que es ontológico, se produce todo el ser del efecto sin que haya un estado anterior que influya en modo alguno. De igual manera, el tener como causa del universo a las mismas leyes físicas ―del universo― exigiría una auto-creación del universo, lo cual implicaría que el universo con sus leyes tendrían que ser antes de llegar a ser para que puedan darse el ser, o en todo caso, las leyes físicas (remitidas necesariamente al espacio-tiempo) se constituirían en el principio absoluto explicativo y fundamento de la realidad contingente y dependiente, lo cual representa una imposibilidad metafísica. Decir que el universo se ha autocreado de la nada absoluta, sencillamente carecería de sentido. ¿Cómo puede autocrearse algo que no existe? ¿Cómo puede darse el ser un sujeto inexistente? Lo inexistente es absurdo que pueda actuar de alguna manera y más aún que pueda darse el ser a sí mismo.
Desde este tipo de aseveraciones, Hawking busca establecer una explicación universal, última, de todo por cuanto existe, conocida desde los ámbitos de la física teórica como la “teoría del todo”, que es la que Hawking presenta como la Teoría M, es decir, teoría fundamental de la física que es candidata a ser teoría de todo, que más que ser teoría física parece ser metafísica, ya que pretende explicar el surgimiento y naturaleza de la totalidad de lo real (el universo físico), incluyendo aquellas realidades no materiales propias de la existencia humana; esto significaría, que todo tipo de realidades estarían contenidas y emergerían desde la materia, a su vez constituida como principio absoluto. Para que una teoría unificada y completa del Universo sea posible, hay que suponer que toda realidad existente es de orden cuantitativo, medible y matematizable, pero una suposición como esa es totalmente gratuita. Así concluye Hawking:
La teoría última del universo debe ser consistente y debe predecir resultados finitos para las magnitudes mensurables. […] La teoría M es la teoría supersimétrica más general de la gravedad. Por esas razones, la teoría M es la única teoría completa del universo.
Desde estas condiciones podernos notar un escenario real con implicaciones filosóficas, un discurso científico acometiendo con fuerza como un discurso único, dominante y, suplantador a su vez, de la filosofía en su saber propio. Esto exige una reflexión y su consecuente propuesta sensata que logre ofrecer una respuesta ante esta situación propia de la época, cargada de incertidumbres y relativismos epistemológicos, esto, principalmente, en cuanto a las relaciones, funciones y limitaciones de los saberes filosófico y científico, ya que, la deposición exigua de la ciencia para con la filosofía tiene importantes consecuencias para la realidad humana en sus diferentes ámbitos existenciales, epistemológicos y éticos, especialmente, puesto que la remisión a un discurso único no se ajusta a la amplitud y diversidad en la cual el ser humano existe y se desarrolla.
Así que, el fenómeno de la cientificación discursiva del mundo, del posicionamiento dominante del discurso científico actual como explicación y representación única de la realidad en su totalidad y las consecuencias que de esto resulta para el mundo del saber en general, sería el resultado, según la lectura que hacemos de Heidegger, del “fin de la filosofía misma”. Pero es aquí ―en estos tiempos de “penurias” filosóficas―, en los que hay que recuperar a la filosofía con su saber propio y, su respectivo diálogo con los demás saberes, especialmente con la ciencia.
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Seminario «Orotava» de historia de la ciencia - año IV.