La revolución silenciosa
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Resumen
En la primavera de 1963, tuve mi primera experiencia en el campo de la protección internacional de los derechos humanos y de ella salí decepcionado. La Comisión de Derechos Humanos estaba reunida en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, y yo representaba a Costa Rica, que hacia su debut en la Comisión.
Entre los papeles que hizo llegar el secretariado a los miembros de la Comisión, había un sobre de papel manila, grande, con una leyenda sugestiva: "Reserva-do". Lo abrí con viva curiosidad. Había una nota del Secretario General, quien ponía en manos de cada miembro de la Comisión muchas comunicaciones que él había recibido, procedentes de varias partes del mundo, en las cuales individuos o grupos se quejaban de violaciones a los derechos humanos que, según ellos, habían cometido Estados miembros de las Naciones Unidas.
Empecé a revisar una a una de aquellas comunicaciones, con una nota de suspense temeroso de encontrarme con una queja contra el Gobierno de mi país, pero también seguro de que esa posibilidad era muy remota, por el historial de Costa Rica de respeto a las libertades fundamentales. Al poco rato me sobresalte: una persona europea aseguraba que había sido arbitrariamente detenida por el Gobierno. Mi preocupación aumento al toparme con otra queja: un sindicato alegaba que la policía había entrado ilegalmente a su sede. Preocupado, me comunique con el Gobierno, urgiendo una respuesta que, gracias a Dios, no se hizo esperar: en ambos casos los quejosos no tenían fundamento y se aportaban las pruebas de esta aserción. Me sentí aliviado, por supuesto. Especialmente me alegro saber que el Gobierno me autorizaba para invitar a la Comisión de Derechos Humanos a trasladarse a Costa Rica e investigar lo sucedido.
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