En todo a la libertad
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Resumen
El hombre se hace. Esto no es una banalidad. Y no lo es porque hacer es su exclusiva. Más y más claramente que lo que, por lo común, se predica, a saber, que su exclusiva es pensar. Ningún otro ser, a excepción del hombre, hace. Para mejor comprensión habría que aclarar que hay dos clases de hacer. Esto es lo malo, a veces, con las palabras: que significan varias cosas. O, quizás, una sola, pero, con tal amplitud y vaguedad, que es como si significasen, en efecto, cosas diversas. Es lo que pasa con el dichoso verbo hacer castellano. En el diccionario de la Academia se distinguen 47 acepciones o matices de este verbo, aparte otras tantas o más locuciones en que entra el término hacer: “a medio hacer”, “haberla hecho buena”, “hacer a todo”, “hacer de las suyas”, “hacer por hacer”, “hacer presente”, “hacer que hacemos”, “hacerse de rogar”, “hacer ver”, “no me hagas hablar” y, así, otro sin fin de expresiones. Ya los griegos empleaban dos verbos para designar haceres que nosotros no distinguimos y expresamos sólo con el verbo hacer: En efecto, nuestro hacer, en ocasiones, se traduce en algo hecho, tal, por ejemplo, cuando el carpintero hace una silla o el pintor un cuadro o el novelista una novela. Silla, cuadro, novela, en efecto, están ahí, como resultado de ciertas acciones humanas. Para designar esta clase de haceres los griegos usaban el verbo poieo. Mas hay veces en que nuestra acción no es productiva, por así decir, esto es, no da como precipitado o resultado alguna cosa: hacer o dar un paseíto, saludar a uno, mentir a alguien, etc., etc. Esto último, por ejemplo, es un hacer como otro cualquiera. Hasta tal punto que, si alguien, por acaso, se entera que mentí a una persona de mala fe, quizás me lo reprocha diciéndome: “¿por qué has hecho eso?”. Para estos haceres, intransitivos, cabría llamarlos, los griegos usaban de preferencia el verbo pratto, de donde derivan el sustantivo praxis o el adjetivo práctico.
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