Discurso: con ocasión de su investidura como Doctor Honoris Causa (25 de agosto de 1986)

Resumen

Cuando el Sr. Rector tuvo la gentileza de visitarme en mi oficina para comunicarme que el Senado Académico me había conferido el título de Profesor Honoris Causa de esta Universidad, experimenté una de las más gratas sorpresas de mi vida.

Sinceramente, durante casi medio siglo de profesorado nunca tuve en mente que recibiría honores por mi trabajo, porque siempre ha sido satisfacción bastante en mi modesta labor educacional el estar en contacto con los jóvenes, con sus esfuerzos, sus anhelos y sus ambiciones.

Comencé muy joven, apenas graduado de Bachiller en Humanidades, a servir la Cátedra de Historia en el Liceo de Costa Rica que me confiara interinamente mi ilustre y siempre bien recordado Maestro, don Alejandro Aguilar Machado, cuando él fue nombrado Sub-Secretario de Relaciones Exteriores durante la Segunda Administración de don Cleto González Víquez.

Aquella oportunidad determinó mi futura carrera docente porque mis primeros alumnos, la mayor parte apenas menores que yo, otros de mí misma edad y aún algunos mayores, me facilitaron mi labor porque asistieron a las lecciones en un ambiente de amistad, pero también de orden y de trabajo y a la hora de calificarlos no hubo protestas cuando las notas no eran buenas.